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SALTAR MUROS UNA CONVERSACIÓN ENTRE FRANCESCO CARERI Y JORDI COLOMER 87
que habíamos llamado los Territorios actuales. En las exposiciones montábamos todo este material en conjunto: sobre los mapas se proyectaban las diapositivas y el vídeo en tiempo real, tan largo como el mismo viaje. Luego cuando empezamos a trabajar con las comunidades de refugiados y con los «rom», comenzamos a montar los vídeos, a dar espacio a los encuentros con personas, y nos encaminamos hacia un formato más documental. Pero en algunos casos hicimos también una especie de ficción, por ejemplo el vídeo de Otnarat. Taranto al futuro inverso, que está imaginado como si fuera veinte años más tarde. Nunca utilizamos el teatro, aunque es un campo que me gustaría mucho explorar. Si debo decirte la verdad, aún hoy creo que el producto artístico más coherente de Stalker es la experiencia colectiva, y no su representación.
Cuando pienso en tus obras, lo primero que me impresiona es que realmente crees en la representación, que tu trabajo siempre está en el límite entre realidad y ficción. No escapas de la ficción: aceptas sus reglas espectaculares para ir a la más clásica de las representaciones, al teatro. En tu trayectoria también has empezado por vídeos construidos como ficciones y después te has dirigido a operar en el espacio real, pero siempre activando una ficción, siempre evitando el «documental», siempre performando de una manera u otra, realizando expresamente escenografías urbanas o arquitectónicas.
JC: Mira, creo que ese problema de la representación, esa aversión a ella, puede también tomarse inversamente, porque lo que plantea, como tú sugieres, es la cuestión de la distancia entre una experiencia «real» y cómo la podemos contar después. La cuestión de la verdad, plantea también su contrario. Declarar que se habla desde la ficción es reconocer que cuanto más falso es, más verdadero puede ser. En este sentido, pienso que organizar una ficción puede ser una excusa perfecta para hacer emerger una experiencia real. Es decir, es una gran excusa para poder interactuar con lo «real», dejándose llevar por los sucesos. Cualquier situación tiene ese potencial de ficción. Hablamos antes de Uccellacci e Uccellini. Es una ficción declarada, en la que dos actores que actúan, sobreactúan tanto que no hacen sino interpretar sus propios personajes, Totò y Ninetto, no son sino lo que ellos mismos representan... Y cuánta verdad hay en esa película, uno tiene la impresión de estar viendo un documental, le están «contando» a uno un documental... la ficción no es una cosa «aparte», fuera del mundo; más bien es un modo de poder profundizar en la realidad. Marcel Broodthaers decía que la ficción «permite captar la realidad y lo que esta oculta».
En toda representación hay trucos, claro. Uno de ellos y de los más remarcables, creo, es estar abierto a improvisar, a incorporar las cosas que ocurren, que se suceden. Hay algo de caminata en la construcción de una ficción, las cosas encuentran su lugar en el tiempo. Pero hay que tener claro que, al final, y en todo caso, se va a adoptar un punto de vista para contar. Me parece que no existe la neutralidad, ni el documento puro, y tampoco que esa sea una cuestión que se pueda obviar, ignorar. Existe sin duda el puro suceso, como tú señalas, en realidad habría que renunciar radicalmente a todo documento. Es difícil. Cualquier documento, desde el momento que hay alguien ahí para mirarlo, es una ficción, la historia —el relato de los hechos— es en sí misma una ficción. Pero yo quisiera señalar que ficción y espectáculo no son sinónimos. Y en ese sentido entiendo perfectamente vuestra aversión a editar, y la consciencia de ese peligro de traicionar algo que sucedió para convertirlo en espectacular, en otra cosa. Creo que compartimos






























































































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