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sobre sus ya maltrechos peldaños reiteradas veces, hasta destrozarlos. Cuando le preguntaron por la motivación de aquel acto, dijo: «¡Así ya no tendrán que hacerlo los turistas! ¡Así nos dejarán un rato en paz!» Le retiraron el carné, pero por una vez consiguió dormir del tirón.
Más destrozos: una turista rusa lanza una taza a La Gioconda en pleno agosto. En Tarragona, un joven escribe «Visca el Barça» en un dolmen y se hace un selfie... porque se aburre. En El Teatro de las Apariciones también han de figurar esos ensañamientos con el pasado motivados por la rebeldía o la ignorancia. Menos visceral es el abandono, esa especie de violencia invertida que también modifica nuestro entorno, lo que me remite a aquellos espacios que dejamos de tener en cuenta y a los que cayeron en desuso y tratamos de rescatar.
V. El parque de los iniciados
En 2010, el Ayuntamiento de Berlín convocó un concurso abierto de ideas para encontrar un uso al antiguo aeropuerto de Tempelhof, que al estar ubicado en plena cuidad y no poder ampliar sus instalaciones, dejó de ser rentable. En este contexto, se propuso:
1. Trasladar allí los estudios cinematográficos de Babelsberg.
2. Montar un centro médico con transporte aéreo para las urgencias.
3. Convertirlo en una zona de prostitución libre, legal y segura.
4. Levantar una montaña con una pila de escombros de hasta mil metros para disfrutar
del zoo y las vistas.
En Facebook, la defensora de la tercera opción admitió haberla presentado como una provocación, asumiendo la absoluta falta de imaginación del resto de participantes; y es cierto que, salvo en los casos mencionados, todos preveían construir viviendas, oficinas y varios equipamientos.
Por suerte, todas aquellas propuestas se vieron eclipsadas por la iniciativa de una plataforma ecologista que, en menos de una semana, recogió las firmas necesarias para convocar un referéndum. Su propósito era dejar el aeropuerto tal cual, como un espacio abierto y desprogramado, para disfrute de los ciudadanos. «A nuestros gobernantes nunca les gustó la idea de este parque. No hicieron nada en él, pensando que así la gente no iría y acabaría por olvidarlo. Y fue al revés: los dos millones de personas que lo visitan al año buscan justamente eso, que no haya nada, y así queremos que siga», dijo una activista al ser entrevistada, sin saber de otros lugares que también renunciaron a su significado y se hicieron solos, en su abandono.
En los setenta, por ejemplo, los escombros del entramado de autopistas de la ciudad de Buenos Aires se tiraron al río, formándose una isla artificial de la que debía nacer una segunda operación especulativa, pero esto no se llevó a cabo inmediatamente y, con el tiempo, el cemento empezó a cubrirse de maleza. Crecieron árboles y aparecieron un montón de aves y otras especies, de modo que la gente empezó a referirse a aquel enclave como «La reserva ecológica», lo que hace que hoy sea un lugar intocable.






















































































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