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LA ARQUITECTURA Y SU DOBLE BRUCE BÉGOUT 37
Generalmente, el pastiche consiste en tomar prestado el estilo o ciertos elementos de un modelo. Esto no implica forzosamente una copia completa del original. A esta técnica artística se asocia a menudo un juicio moral de depreciación. Se considera que el pastiche es incapaz de producir por sí mismo nada original y que carecería, por lo tanto, de imaginación, o que pretende, por un efecto paródico, burlarse de la obra de referencia que retoma y en cierto modo caricaturiza. Es como una imitación que a la hora de la verdad no puede evitar suscitar a su alrededor sino una sonrisa. La cita agrada en la medida en que se aprovecha de este desajuste con el horizonte de expectativas de una obra original. La decepción de no ver que una copia se acompaña de la compensación irónica que transforma la debilidad en gesto paródico. Pero este no siempre es el caso. El pastiche puede tener intenciones más nobles, por ejemplo de reconocimiento. Con mucha frecuencia el resultado del pastiche se coloca a sí mismo en una situación de inferioridad y rinde así homenaje a su modelo al revisitarlo. El límite entre la imitación reverencial, desde durante mucho tiempo en la base de la educación artística occidental, y el pastiche es a veces minúsculo.
Ya no está claro que la tendencia mundial de reproducción de edificios existentes guarde relación con nuestra época del pastiche. Inicialmente ha tenido por origen—es decir, al principio de la era industrial y urbana (obviaremos la imitación renaciente de la Antigüedad)— más bien una actitud de devoción admirativa. Si nos permitíamos repetir a tamaño natural una arquitectura era, en cierto modo, por beneficiarnos de su aura, de su potencia simbólica, y aun esto por medio de una especie de transferencia de gloria geográfica y mental a la vez. Los signos arquitectónicos también viajan. Se dan transferencias de imaginarios de un continente a otro. Igual que una planta puede viajar pegada a un pedazo de madera que flota por el mar e implantarse muy lejos de su terreno original en una isla y producir allí una nueva especie, los elementos culturales navegan por los océanos de la historia y pueden conquistar otros terrenos de manera salvaje. Así que multitud de edificios de repúblicas modernas han repetido casi con exactitud edificios antiguos a fin de obtener ese suplemento de legitimidad. Los tribunales, los parlamentos y las universidades han plagiado lo antiguo con el objetivo de apropiarse de ese halo histórico y de grandeza. La referencia era reverencia. Santificaba el pasado mientras intentaba consagrar el presente. En cierto sentido, este régimen de la reproducción todavía bebe de aquello que Nietzsche denomina el gran estilo en El crepúsculo de los ídolos:
«La arquitectura es una especie de elocuencia del poder en formas, ya persuasiva, incluso aduladora, ya meramente imperativa. La suprema sensación de poder y seguridad se expresa en lo que tiene gran estilo. El poder que ya no necesita demostración, que rechaza gustar, que difícilmente responde, que no percibe testigos a su alrededor, que vive sin consciencia de que se le hagan objeciones, que descansa en sí mismo, fatalmente, una ley entre leyes: este poder habla de sí mismo en gran estilo.»
Desde hace algún tiempo, la reproducción arquitectónica se lleva a cabo manifiestamente siguiendo unos criterios distintos. Ya no se trata de absorber en el edificio-copia el valor del edificio-modelo, sino de jugar más sencillamente con ese valor. Ciertos parques de atracciones —como France Miniature, en Elancourt— ofrecen todo un abanico de edificios mundialmente conocidos, por los cuales se pasean, como Gulliveres beodos, los turistas, que tienen así la impresión de viajar. La tematización en boga de






























































































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