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LA ARQUITECTURA Y SU DOBLE BRUCE BÉGOUT
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«Toda vida urbana aspira a la siguiente condición: flujo, pastiche.» — Iain Sinclair, London Orbital
Con la boca hecha agua. El menú urbano desfila en pantalla de 4x3, el desglose de letras que percuten una por una, con colores de parvulario: Arby’s (We Have The Meats), Dairy Queen, Wendy’s (Choose Fresh), Chipotle (Get Chorizo’d), Cocktail’s Videogame, El Rancho Motel, WORLD PREMIERE, SALES 80%. Como un libro, o como un panfleto publicitario enganchado al parabrisas, con esa agradable sensación de movimiento, con esa ausencia de esfuerzo al ir pasando los artículos. Los suburbs de Nashville, Tennessee, Estados Unidos, como en el resto del mundo: el hiperextrarradio banal/pobre/triste, sobre todo monótono y vulgar (difícil de traducir: en resumidas cuentas, tan propio/popular y tan familiar que nos pasa inadvertido), donde el crisol neocapitalista entremezcla solicitudes comerciales, esparcimiento a precios baratos y facilidades de acceso, y todo for only 8,99 $.
Nos aventuramos en el Centennial Park en busca de un horizonte menos saturado de marcas comerciales, de un poco de aire fresco y de hierba verde. Aminoramos la marcha del coche de alquiler, dejamos que se deslice tranquilamente por las leves curvas, y entonces, de repente, como una visión extraña surgida de la memoria o de la imaginación, APARECE entrevisto encima de un terraplén. ¿Qué «APARECE»? ¡Eso que mi memoria, atestada de millones de imágenes y relatos, identifica enseguida como el Partenón! ¡WTF! ¿El de Atenas, el templo consagrado a la gloria de Atenea Polias, aquel por delante del cual Pericles pasó charlando, aquel que se convirtió en un polvorín durante la guerra contra los turcos, el mismo que vemos en todas las postales y en esas fotografías tan british irony de Martin Parr? El mismísimo, en toda su majestuosidad, mejor incluso que el original, como su idea platónica auténtica y limpia de toda escoria, descendido sobre la tierra para dedicar un saludito al mundo sensible.
Tras el efecto sorpresa inicial, aparcamos en el inmenso parquin vacío que bordea el edificio. Aquí todo está a mano en coche y no es necesario caminar demasiado entre la puerta del coche y el destino. La duda y el estupor se esfuman a varios metros de distancia. Se trata





























































































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