Page 32 - El rostro de las letras
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EL ROSTRO DE LAS LETRAS
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 el siglo XIX. El poeta alemán Max Dauthendey confesaba que no
se atrevía a contemplar los primeros daguerrotipos, de tan reales como se aparecían ante sus ojos: “Nos asustaba la nitidez de esos personajes y creíamos que sus minúsculas figuras fijadas en la plata podían vernos, tanto nos sobrecogía la insólita fidelidad de los primeros daguerrotipos”.
En España, el reflejo de la fotografía en la literatura fue menos pro- fundo, como fue menor la incidencia social del daguerrotipo, sobre todo si se compara con Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Mientras que en estos países, especialmente en el último, se han conservado miles de daguerrotipos escénicos, resulta desalentadora su ausencia en los archivos públicos y privados españoles, a causa de su sistemática destrucción, que ya lamentaba en su día Gustavo Adolfo Bécquer. ”En otros países –escribió– multitud de publica- ciones de todos los géneros, viajes, trabajos arqueológicos, y muy particularmente la fotografía, han agotado casi por completo el asunto. A pesar de que en España se ha hecho algo en este sentido, es tanto lo que permanece ignorado, que bien puede decirse que se conserva intacto su tesoro” 8. Quizás la causa de esta asombrosa es- casez de daguerrotipos y la consecuente ausencia de referencias a la fotografía en la obra de los escritores españoles, se deba al secular desprecio de nuestras clases dirigentes por la cultura, y a la ceguera y falta de iniciativa de los responsables políticos y culturales a la hora de promover la emergente industria que nacía. Además de escasas, estas referencias resultan a menudo insoportablemente zafias, como algunos versos de Pedro Antonio de Alarcón y las decenas de artículos aparecidos en la prensa del siglo. Poco más puede hallarse expurgando entre las obras de Pérez Galdós (El Au- daz, 1871; Recuerdos de Madrid, 1866), Emilia Pardo Bazán (Viaje de novios, 1881), José María de Pereda (Pedro Sánchez, 1883), el padre Coloma (Pequeñeces, 1890), el ya mentado Pedro Antonio de Alarcón (Poemas a Daguerre, 1870), y algunas crónicas de Antonio Flores, Mesonero Romanos y Pi i Margall.
En 1859, cuando Pedro Antonio de Alarcón se unió a las tropas
de su amigo Ros de Olano, que capitaneó la desdichada aventura militar de Marruecos, la fotografía ya había alcanzado un cierto protagonismo en la prensa gráfica, que la utilizó como fuente de inspiración plástica para sus grabados. El propio escritor relata en
ANÓNIMO. Pedro Antonio de Alarcón (a la de- recha) en la Guerra de Marruecos. Le acompa- ñan, José Joaquín Villanueva y Carlos Navarro y Rodrigo, corresponsal de La Época y director de la imprenta de campaña. 10 de octubre de 1859 (Fundación Lázaro Galdiano. Madrid)
8 Bécquer, Gustavo Adolfo, Páginas escogidas, recopiladas por Fernando Iglesias Figueroa, Ed. Renacimiento, Madrid, 1923.


























































































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