Page 33 - El rostro de las letras
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    16 EL ROSTRO DE LAS LETRAS
Diario de un testigo de la guerra de África, cómo reclutó a un fotó- grafo en Málaga para que le acompañase en los escenarios bélicos marroquíes. “Otro preparativo mucho más singular que llevé a cabo en Málaga –escribió–, que me costó bastante dinero. Y no me dio al fin gran resultado en África. Tal fue la recluta que hice de un fotó- grafo, con su máquina y demás útiles de su arte, mediante un ajuste alzado, a fin de sacar panoramas de los terrenos que recorríamos, retratos de cristianos, moros y judíos, y vistas de las ciudades que conquistásemos. Cábeme la gloria de que aquel aparato fotográ- fico, llevado por mí al imperio de Marruecos, fue el primero que funcionara en él”. Alarcón, tan amigo de sí mismo como encendido patriota en un tiempo en que el patriotismo se cotizaba al alza en los patios de la nación, olvidaba a las decenas de fotógrafos que habían trabajado ya en Marruecos antes que su supuesto fotógrafo. Cómodamente instalado en su propia tienda, gracias a la interme- diación del general Ros de Olano, poeta y dramaturgo en sus ratos de ocio, que le permitía “usar caballo, vivir en mi tienda particular y llevar mi criado, mis burros, y mi fotografía”, Pedro Antonio de Alarcón gozó en Marruecos de una situación privilegiada, sobre todo desde que el propio Ros de Olano le introdujo como ayudante en el Estado Mayor del mismísimo jefe de las tropas, el general O’Donnell. En cualquier caso, poco o nada nos dice del trabajo del fotógrafo contratado en Málaga, al que Alarcón nunca se refiere por su nombre y que bien pudo haber sido Ángel Facio, cuyas magní- ficas fotografías de aquella inútil y desventurada contienda, con- vertidas en grabados, ilustraron los reportajes bélicos del escritor, aunque siempre con la omisión de su firma.
Entre los escritores del 98 y del 14, la ignorancia de la obra de los fotógrafos es casi absoluta, con pocas excepciones como las de Unamuno, Azorín y Gómez de la Serna. Tuvimos que esperar hasta los años cincuenta del siglo pasado para encontrar unas considera- ciones de Josep Pla llenas de sabiduría y sentido común, sobre el carácter artesanal y supuestamente artístico de la fotografía. “Arte y oficio –escribió– son inseparables. Es un error completo creer que el oficio es una actividad puramente pasiva o maquinal, sin intervención alguna de la inteligencia y de la sensibilidad. A mí me parece todo lo contrario”. La fotografía, pensaba Pla, debe suscitar inmediatamente en la gente una propensión a la afinidad colectiva, a la emoción, a la sorpresa. Se refería, naturalmente, a la gente del
J. LAURENT. El general y escritor román- tico Antonio Ros de Olano (1808-1885), durante los días de la campaña de Marruecos, que compartió con su amigo Pedro Antonio de Alarcón. Carte-de-visite, hacia 1860 (Colección particular)
  Emilio Castelar Era la más alta figura de España, y su nombre estaba rodeado de la más com- pleta gloria. Su figura tenía para nosotros los hispanoamericanos, proporciones gigantescas, y yo creía, al visitarle, que entraba en la morada de un semidiós.
RUBÉN DARÍO
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