Page 26 - El rostro de las letras
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EL ROSTRO DE LAS LETRAS
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 libros, las imágenes, los manuscritos que el tiempo devora, las rui- nas carcomidas, las cosas maravillosas condenadas a desaparecer, los objetos valiosos degradados por el olvido que tratan de encon- trar un lugar en los archivos de nuestra memoria”. Lo que irritaba a Baudelaire y a tantos otros notados entonces demasiado a la ligera de antifotográficos, no era la fotografía y su enorme capacidad de preservar el tiempo pasado de los estragos de la desmemoria, sino los caminos espúreos que abría a los “demasiado poco capacitados y demasiado gandules”, que usaban las cámaras como un atajo para acceder a su ansiada condición de artistas. Lo que Baudelaire pre- tendía, como después Paul Strand, Weston, Brassaï, y tantos otros, era que la fotografía abandonase su pueril pretensión de “invadir el terreno de lo intangible y lo imaginario”. En una palabra, que fuese más humilde. Porque, quizás, ya intuyó entonces que lo esencial de la fotografía no es tanto su componente técnico o formal, como su condición de archivo del tiempo, de fuente de memoria. Algo que vinieron a confirmar después autores tan diferentes como Walter Benjamin, Rolland Barthes, John Steinbeck, Marcel Proust, Paul Strand y Edward Weston.
Lo único cierto es que, mientras la fotografía empujaba a la pintura hacia otros campos de la creación alejados del realismo vigen-
te hasta el momento, los escritores se afanaban por asumir las aportaciones del nuevo invento, con todo el sosiego del que fueron capaces, pasados los primeros días de zozobra. La mayoría de ellos, como Baudelaire, E. A. Poe, Balzac, Charles Dickens, W. Collins, Th. Gautier, Émile Zola, Eça de Queirós y Gustave Flaubert mos- traron una razonable atención y respeto por la fotografía, y no sólo visitaron con frecuencia las galerías de los primeros fotógrafos, sino que llegaron a practicar ellos mismos la fotografía, como Th. Gautier, que viajó a España en 1840 provisto de una cámara de daguerrotipos; o Zola y Eça de Queiros, miembros de la aguerrida tropa de amateurs en los años postreros del siglo XIX. Otros, como Gerard de Nerval y Prosper Mérimée participaron en ocasionales expediciones fotográficas; y algunos mantuvieron una estrecha relación con fotógrafos, como Flaubert, del que conocemos su amistad con Máxime du Camp. También Balzac mostró siempre una gran atención a la fotografía, aunque nunca dejó de atormen- tarle lo que consideraba como incapacidad del nuevo lenguaje para representar la verdadera personalidad de los modelos. El primer
Charles Baudelaire fue uno de los primeros escritores en advertir la capacidad de la fotografía para preservar del olvido los objetos “que el tiempo devora”. Retrato de Félix NA- DAR, 1869 (Colección particular)





























































































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