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EL ROSTRO DE LAS LETRAS
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Clifford en 1852. Cifras considerables, si se tiene en cuenta el poder adquisitivo de los españoles en aquellos años y el precio de los pro- ductos básicos para subsistir. En el ecuador del siglo, los salarios de los trabajadores variaban desde los seis reales diarios de los funcio- narios municipales, los ocho de los mayorales de obras y los diez que cobraba el capataz de una fábrica de zapatos. Por su parte, los obre- ros de la industria catalana ganaban entre 4 y 7 reales por jornadas de hasta 11 horas diarias, mientras que los campesinos de Anda- lucía no pasaban de los dos reales diarios; sin contar con los miles que sólo cobraban en especie o los que trabajaban simplemente por la costa. Se entiende así que a los estudios de daguerrotipia sólo acudiesen los miembros de las clases acomodadas, propietarios de la tierra, altos funcionarios y personas pertenecientes a la aristo- cracia y a la ascendente burguesía. La fotografía, que sobrevive siempre a la propia vida, nos ha dejado el testimonio de sus rostros, solemnes ante su propia perpetuación, sorprendidos, inmovilizados en poses agotadoras.
La industria fotográfica experimentó pronto un desarrollo espec- tacular, quebrando la trémula frontera entre el espacio privado y los ámbitos públicos. Aparte de su extraordinaria nitidez y de la sorpresa de su novedad, su precio era muy inferior al de las minia- turas pictóricas, a las que el daguerrotipo trató de imitar en todos
Charles CLIFFORD. Panorámica de la Puerta del Sol. En uno de los áticos se observan
las cristaleras y el anuncio del estudio de daguerrotipos de Manuel Herrero. En el portal vemos el muestrario del fotógrafo, al lado del Nuevo Café de Minerva. Madrid, 1857 (Ayun- tamiento de Madrid. Museo de Historia)
 




























































































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