Page 23 - El rostro de las letras
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    6 EL ROSTRO DE LAS LETRAS
sentar las bases de la incipiente industrialización española. Los molinos de vapor sucedieron a los molinos de viento de don Qui- jote. Pero no debemos olvidar que este desarrollo nacía impulsado por el capital extranjero, ocupados como estaban los españoles en la antigua batalla entre lo viejo y lo nuevo, entre la libertad y las cadenas. “Lloremos, pues, y traduzcamos”, había escrito Larra en 1836; y así, aquella España postrada, que provocaba el llanto ele- gíaco de Fígaro y la sangrienta lágrima de fuego de Espronceda, se apresuró a traducir y a copiar, en una preunamuniana actitud que marcó el espíritu del siglo. Nada más natural, si bien se mira, que los primeros pasos de la fotografía en España tuviesen protagonistas extranjeros, con la rara excepción de un ilustre grupo de científicos y literatos liberales expulsados del país por los funcionarios del integrismo nacional.
Las imágenes fotográficas se convirtieron en instrumento utilísimo para el trabajo de pintores, grabadores y científicos. Pero no fue esta su virtud principal. Pese a las limitaciones derivadas de su con- dición de pieza única, la importancia social del daguerrotipo iba a resultar decisiva, al permitir el acceso de amplias masas de público al derecho democrático de poseer su retrato y el de las personas de su cercanía. Al tiempo que la técnica se desarrollaba, se ampliaba
el catálogo de aplicaciones de la fotografía. Pocos años después de su invención, el daguerrotipo ya había propiciado la creación de
un oficio nuevo, al que llegaron en bandadas los tránsfugas de la pintura, comerciantes ambiciosos y todo tipo de aventureros aficio- nados a las ganancias urgentes, los cuales acabaron por conquistar el espacio creativo de aquellos científicos liberales que, ante la indiferencia oficial, habían llevado por el mundo la buena nueva de la fotografía.
La tenaz competencia se reflejó pronto en los precios, que mengua- ron sensiblemente conforme aumentaba el número de retratistas. El de los daguerrotipos se fijaba de acuerdo con la reputación del fotógrafo, la importancia de las ciudades en las que trabajaba, la cantidad de personas representadas en el retrato, el colorido y el formato, que variaba desde la placa completa (21,5x16,5 cm), media placa (16x14), un sexto (8x7), hasta un noveno (6x5). La mayoría oscilaba entre los 60 reales de vellón que cobraba Mr. Constant en 1842, los 50 que exigía Bruguera en 1846, y los 30 establecidos por
No falta ironía en esta representación del “demoniaco” arte del daguerrotipo, realizada por Vicente URRABIETA y publicada en el libro Madrid al daguerrotipo. 1849 (Colección López Salvá)
 



























































































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