Page 21 - El rostro de las letras
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      4 EL ROSTRO DE LAS LETRAS
metálico de los daguerrotipos –el verdadero espejo con memoria, como se le conoció entonces–, devolvía la imagen exacta de la rea- lidad con un grado de precisión inalcanzable para la pintura. “El daguerrotipo –escribió ya en 1839, Jules Janin–, está destinado a reproducir casi con total exactitud la belleza de la naturaleza y el arte, del mismo modo que la imprenta reproduce las obras del es- píritu humano. El daguerrotipo es un grabado al alcance de todos; un lápiz tan obediente como el pensamiento; un espejo que guarda todos los reflejos, la memoria fidedigna de todos los monumentos y los paisajes del universo”.2
La revolución daguerrotípica se extendió pronto por los más ale- jados confines del universo. En una de las más bellas páginas de Cien años de soledad nos cuenta García Márquez cómo el estupor se apoderó de las gentes de Macondo, cuando el coronel José Arcadio Buendía “se vio plasmado en una edad eterna sobre una lámina de metal tornasol”. No nos dice el autor la fecha exacta
en que se operó el prodigio, pero debió de ser entre 1839 y 1840, cuando los fotógrafos viajeros y el propio gitano Melquíades introdujeron el daguerrotipo en las tierras hispanoamericanas.
La repercusión que el nuevo invento tuvo en España fue también inmediata. Tan sólo diecinueve días después de que fuese presen- tado en la Academia de Ciencias de París, el Diario de Barcelona publicaba una nota elocuente: “No se puede dar una idea más exacta, sino diciendo que ha llegado a fijar este dibujo tan preciso, esta representación tan fiel de los objetos de la naturaleza y de
las artes con toda la graduación de las tintas, la delicadeza de las líneas y la rigurosa exactitud de las formas, de la perspectiva y de los diferentes tonos de luz”. Las imágenes registradas por el da- guerrotipo asombraron a los que tuvieron el privilegio de contem- plarlas, admirados por su uniformidad y limpieza, por la tersura, la nitidez y la precisión de su registro, nunca después superadas. Pero no faltaron los que, en el daguerrotipo, vieron algo más que una simple maravilla óptica. Pedro Felipe Monlau, catedrático de Literatura e Higiene y corresponsal desde París de la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona describía el nuevo invento el día 24 de febrero de 1839, haciendo una serie de interesantes consi- deraciones sobre sus posibles utilizaciones futuras en el campo de la ciencia, la medicina, la arqueología y la pintura. “Lástima –se lamentaba–, que en este grandioso drama de la vida y el progreso
 Portada de la edición española del manual de Daguerre, traducido y publicado por Federico de Ochoa. Imprenta Sancha, Madrid, 1839 (Colección Pedro Fernández Melero)
2 Janin, Jules, “Beaux Arts. Le Dague- rreothipe”, en L’Artiste, París, 27 de enero de 1839. Este texto fue reproducido por La Gaceta de Madrid, el 27 de febrero del mismo año.



























































































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