Page 223 - El rostro de las letras
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y los de Baudelaire, Verlaine y Víctor Hugo, como un certificado inapelable de sus lejanos días parisinos. En otra, tomada el mismo día y por el mismo fotógrafo, le vemos en la piadosa compañía de su mujer, Jeanne Poirier y su hija Helena, en un escenario devas- tado por la miseria. Asediado por la menesterosidad y la ira murió ciego y medio loco, como Homero y Belisario. Eduardo Zamacois, que le vio muerto, recordaba que en su atáud y a la luz de los cirios, su figura parecía de mármol. Una parte importante de su tiempo moría con él. Hoy se le recuerda, más que por sus libros, por su desvalimiento y su egolatría, por su figura aristocrática, por su soledad digna y arrogante.
Pero no todos aquellos obreros de la pluma eran exactamente tales, sino zánganos irredimibles, pícaros y haraganes, maleantes algunos, ángeles del arroyo la mayoría. El propio Cansinos Assens, que apre- ció sinceramente a Alejandro Sawa, nos ha dejado esta descripción de aquel sanedrín iconoclasta: “¿Qué hacen esos bohemios, sino lo mismo que los oficinistas? Girar siempre en la misma noria, levan- tarse en la tarde, salir en busca del amigo generoso, venir a sentarse a la mesa del café a decir idioteces, hasta que se hace de día y les echa el camarero. Y además, el oficinista es más dueño de sí mismo; tiene sus domingos, cobra su sueldo y no tiene que mendigar”. Y Pío Baroja aún fue menos piadoso: “Claro que hay bohemios resignados, contemplativos, dulces hermanos de la Cofradía de los desampara- dos; pero estos son muy escasos; la mayoría no son así; la mayoría tienen odios violentos y cóleras feroces”.
El bohemio se hizo muy visible en los primeros años del siglo XX, justo en el momento en que se iniciaba la verdadera profesionaliza- ción del escritor. Según datos publicados en La España Moderna, los que más libros vendían en 1905 eran Pérez Galdós y Blasco Ibá- ñez, seguidos de Clarín, Palacio Valdés, Pereda, Felipe Trigo y Juan Valera. Palacio Valdés aseguraba que de sus novelas se vendían entre tres y cuatro mil ejemplares; la Pardo Bazán estimaba unos ingresos de quince mil pesetas anuales, aunque buena parte procedía de sus colaboraciones periodísticas; Valera, tras unos comienzos difíciles, afirmaba que en su mejor año había llegado a ganar unas diez mil pesetas; Clarín, según cálculos de J. F. Botrel, había ingresado entre doce mil y trece mil pesetas; y Valle-Inclán declaraba en 1935 en la revista Por esos mundos, que sus obras le producían unas treinta y
Según Zamacois, Dorio de Gádex (1887- 1924) era persona amargada y sinuosa, con una boca “hecha para la calumnia y la blasfe- mia”. Esta dedicatoria de una de sus novelas constituye una obra maestra del difícil arte del sablazo. (Colección Pedro Fernández Melero)
 





























































































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