Page 221 - El rostro de las letras
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 transigir con el vulgo”. Una senda que acabó conduciendo a Sawa a las fronteras de “lo raro, lo extravagante, lo incognoscible, lo impon- derable, lo intangible”, como le advirtió su buen amigo Ernesto Bark, el autor de La santa bohemia, un desterrado eslavo que nunca se dejó seducir por los preceptos del arte por el arte.
Alejandro Sawa (Sevilla, 1862-Madrid, 1909) –“Alejandro el Mag- nífico”, como le llamaban sus camaradas–, es sin duda el capitán de la bohemia de su tiempo, a medio camino entre París y Madrid. Con él se rompió el molde. “Nació gran señor –escribió Eduardo Zamacois–, y hasta cuando solicitaba parecía mandar, y aunque fuese mal vestido su figura descollaba y resplandecía”. Menguado de estatura, pero erguido y bien plantado, hermosa melena, ojos grandes y soñadores y el rostro enmarcado en una barba nazarena,
Alejandro Sawa fue el capitán de la bohemia de su tiempo, su figura más eminente, el Max Estrella de Luces de bohemia. En sus últimos días, atrincherado en una pobreza estoica,
se paseaba por Madrid con la altanería de un héroe griego. En esta fotografía de Luis R. MARÍN, le vemos en su casa de la calle de Conde Duque con su mujer, Jeanne Poirier y su hija Helena. 1908 (Fondo Marín. Fundación Pablo Iglesias)






























































































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