Page 220 - El rostro de las letras
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ESCRITORES Y FOTÓGRAFOS
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de Casta Esteban y la destrucción de sus manuscritos provocada por los tumultos revolucionarios.
A la sombra de Bécquer, sin gozar de su celebridad, se fue criando una tropilla hosca y malhumorada de bohemios, que vivió su gran momento en la frontera entre los siglos XIX y XX. Llegados de la pro- vincia, la mayor parte de aquella falange iconoclasta vegetaba en la capital gozando de una gloria vicaria, que arañaban en los cafés y en las tertulias peripatéticas, en las que eran admitidos por los gran- des talentos del día, que, con alguna excepción, nunca apreciaron a aquellos pretendidos artistas, noctívagos y comecuras. Entre los más célebres hay que recordar a Armando Buscarini, Catarineu, Manuel Paso, Enrique Cornuty, Dorio de Gádex, Ernesto Bark, José Náckens, Pedro Barrantes, Javier Bóveda, Antón del Olmet, Vidal y Planas,
los hermanos Manuel, Miguel y Alejandro Sawa, Francisco Villaes- pesa, Joaquín Dicenta hasta que en 1895 su drama social Juan José alcanzó un éxito descomunal, y algunos fronterizos, miembros de la bohemia de oro en palabras de Rubén Darío, como Santiago Rusiñol, Andrés González Blanco, Enrique Gómez Carrillo, el propio Darío
y un joven Manuel Machado, íntimo amigo de los Sawa y testigo de primera mano de su hundimienrto definitivo en el tremedal de la bo- hemia. Hombres de desiguales virtudes; talentosos unos, mediocres los más, excéntricos, rebeldes y menesterosos todos. Las andanzas juveniles de aquella tropa valetudinaria que solía reunirse en el ma- drileño café Lisboa de la Puerta del Sol, las tiene narradas Dicenta en su novela autobiográfica Encarnación, poblada de personajes reales –Alejandro Nava, Manuel Paso–, que luchan contra los estragos
de la menesterosidad y el anonimato: “Estos jóvenes y otros a ellos parejos pasaban allí las horas despiertas de sus días y todas las horas de sus noches llamando imbéciles a los consagrados; desmoronando al golpe mortal de sus piquetas las reputaciones más altas; recitán- dose, unos a otros, versos, artículos, escenas dramáticas, párrafos
de sus novelas”. El ideal del bohemio era la belleza, la libertad, la insurgencia ante los valores de la burguesía y las clases dominantes, la anarquía heroica del admirable Max Estrella de Luces de bohemia. Alejandro Sawa se lo dejó muy claro a Cansinos Assens: “C’est la bo- héme, el signo del genio, de los elogios, de los infaustamente privile- giados. Es preferible no tener pantalones a no tener talento. Pasemos miseria, seamos incomprendidos, vejados, zaheridos, pero tengamos siempre la ambición de hacer una obra grande, pura, sincera, sin
Se dice que Xavier Bóveda (a la derecha de
la imagen) nació en la funeraria de su padre. Conocedor de sus limitaciones, se arrimó a
la sombra de Emilio Carrere, hasta que este le dijo que se buscara otro puchero. En la fotografía, le acompaña el poeta puertorrique- ño Evaristo Ribera Chevremont, durante la presentación de sus poemarios, Los poemas de los pinos y El templo de los alabastros. 1922 (Colección particular)
 























































































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