Page 219 - El rostro de las letras
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    202 ESCRITORES Y FOTÓGRAFOS
editor Guijarro entregaba a Fernández y González mil reales cada
día por el original que le llevaba. A la caída de la tarde se paraba una berlina ante la puerta del hotel donde vivía en la calle Mendizábal,
y en aquel modesto vehículo llegaba a la calle de Preciados, donde Guijarro tenía su librería. Recibía un billete de cincuenta duros por su original. El coche le llevaba luego al café Oriental, y allí comía con la frugalidad de los bebedores empedernidos. A las doce recalaba
en el café Inglés, donde pasaba un par de horas rodeado de amigos, admiradores y algún que otro bohemio desdichado que esperaba pescar por lo menos un café con tostada”48. Y así siguió durante años, incluso cuando su crédito menguó entre los editores, soñando quizás con el tiempo pasado, sin abdicar de su soberbia de hombre que se sentía señalado por la gloria.
Bécquer y Zorrilla simbolizan la imagen del escritor de su tiempo: el uno tratando esforzadamente por sobrevivir; mimado por el éxito, el otro. A Zorrilla, que se sobrepuso a las continuas devastaciones de su hacienda, su amigo Martínez de la Rosa llegó a proponerle
un puesto de secretario de la legación española en París. No acep-
tó, o al menos siempre negó que lo aceptara. En 1885, acogido a la munificencia de la condesa de Guaqui, aún se quejaba de sus magros ingresos, cuando era público que por entonces tenía asignadas dos pensiones: una de veinticinco mil reales, del Ministerio de Estado,
y otra de dieciocho mil, como cronista de Valladolid. Sumas impor- tantes, que el desbarajuste de su casa convirtió en calderilla, obligán- dole a hacer continuas giras por España en las que cosechó dudosos laureles y unos menguados ingresos, insuficientes para atender sus gastos. Así lo encontró Emilia Pardo Bazán en 1884, convertido ya “un cuervo viejo, en pos de un puñado de duros”, como él mismo se veía entonces. Tan desesperada llegó a ser su situación, que apenas le llegó el dinero para comprar copias de la fotografía de su solemne coronación en el Alcázar de Granada, en julio de 1889, tomada para la ocasión por Rafael Garzón. El propio Bécquer, siendo como era
un hombre de pocas pretensiones, debió acogerse a la prodigalidad del Poder, encarnado por su amigo y valedor Luis González Bravo, que más de una vez le amparó para hacerle más llevadera su forzada bohemia. El poderoso ministro de Isabel II le consiguió en 1864 el cargo de censor de novelas, con un sueldo de veinticinco mil reales. Aquella colocación tan poco romántica sólo pudo disfrutarla el poeta hasta 1868, un año desgraciado en su vida, que le trajo la infidelidad
A pesar de sus frecuentes épocas de penuria, José Zorrilla ganó cifras importantes con sus libros, que el desbarajuste de su hacienda convirtió en calderilla. Retrato ANÓNIMO. Hacia 1880 (MECD, AGA, Fondo MCSE)
 48 Nombela, Julio, Impresiones y recuer- dos, Ediciones Giner, Madrid, 1976.























































































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