Page 170 - El rostro de las letras
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LA APOTEOSIS DE LOS CAFÉS
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  siglo XIX antes de Cristo, y bajo la barba se adivinaba la flotante y romántica chalina de seda negra, tan cara a los espíritus poéticos”. Nadie como Valle supo utilizar las posibilidades de los cafés como escaparate de su trabajo y de su propia leyenda. Además de despa- cho y hogar, para Valle-Inclán fueron también el parlamento en el que, como nos ha dejado dicho Manuel Azaña, llegó a convertir la conversación en un verdadero género literario.
Para la mayoría de los escritores del 98, los cafés constituían la
viga maestra de sus vidas. En ellos entregaron sus horas de molicie, Benavente, Rubén Darío, Ricardo Baroja, Camilo Bargiela, Luis Bonafoux y, en menor medida, Pío Baroja, Unamuno y Juan Ramón Jiménez. Cuando Unamuno llegó a Madrid, en 1880, aún era la ciudad una gran aldea, “cuya vida espiritual era vida de cafés”. “¡Qué acre atractivo –escribió en La Nación, en enero de 1916– tenían aquellas interminables charlas y discusiones, durante horas enteras, en una atmósfera de humo de tabaco! Y hubo un año en que yo mis- mo recorrí los cafés de la corte haciendo sonar mi almirez como para ahogar con su ruido mis nostalgias de adolescente”. Corpus Barga llegó a afirmar que el literato puro del 98 era el literato de café. En
el Nuevo café de Levante, en la madrileña calle del Arenal, sentaban cada noche su tertulia Anselmo Miguel Nieto, Paco Vighi –el sobrino apócrifo de Valle-Inclán–, Darío de Regoyos, los fotógrafos Euse- bio Juliá y Manuel Compañy, Enrique Cornuty, Gutiérrez Solana, Ricardo Baroja, el escultor Julio Antonio y el inevitable Valle-Inclán. En el café de la Montaña, entre la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, se juntaban casi cada noche, el ubicuo Valle-Inclán, el dibujante Paco Sancha, el editor Ruiz Castillo, Jacinto Benavente, Manuel Bueno, Ricardo Baroja y el fotógrafo Alfonso. Benavente, cuando se separaba del grupo, se iba con los de su cuerda hacia la Cervecería Inglesa, en la Carrera de San Jerónimo, mientras otros buscaban amparo en la Horchatería de Candelas, enfrente de la Academia de San Fernando, en el arranque de la calle de Alcalá. Otros se queda- ban, repantigados, en los altos divanes del Lyon d’Or, o esperaban
el cierre de El Gato Negro y, a veces, el Regina, en el que hacían tertulia, Azaña, Luis Araquistáin, Luis Bello, Icaza y Díez Canedo.
En la tertulia del Varela se arracimaban los miembros de una tropa atrabiliaria de escritores, teósofos y poetas, capitaneados por Emilio Carrere y Roso de Luna. En la Granja del Henar, instalado en el solar en el que hoy se levanta el Círculo de Bellas Artes, reunía Ortega y
Tertulia del Saloncillo del Teatro Español.
De izquierda a derecha, Soriano, Caunedo, Eugenio Sellés, Gomar, Echegaray, Díaz de Mendoza, María Guerrero, Laserna y Jacinto Octavio Picón. Fotografía de COMPAÑY. Nuevo Mundo, 1 de enero de 1903 (Archivo Monasor)
De izquierda a derecha, José Martínez Ruiz “Azorín”, Pío Baroja y Manuel Carretero, sorprendidos por Manuel COMPAÑY durante una de sus habituales charlas en una taberna de la Cuesta de San Vicente. Portada de Alma Española, 27 de diciembre de 1903 (Colección López Salvá)
























































































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