Page 96 - Perú indígena y virreinal
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rior de lino blanco que casi le llega a la media pierna y es propia del ajuar eclesiástico. Asimismo, el Niño Dios cal- za sandalias con cabeza de puma y lleva un prominente tocado imperial neoinca que combina divisas heráldicas de origen prehispánico y europeo. Pueden identificarse las diminutas kantutas o flores incaicas, la pluma central blan- quinegra del coriquenque (halcón real de los incas) y la borla escarlata que pende sobre su frente. Éstas se yuxtapo- nen al torreón o castillo circular con estandartes, cetros y un diminuto arco iris que remata su ápice. Se trataría de una referencia directa al «castillo de oro» o fortaleza inca de Sacsayhuaman —un hito militar clave para la rendición del Cusco capturado por los españoles en 1536— y que aparece como divisa central en el escudo de armas conce- dido a dicha ciudad por el emperador Carlos V el 19 de julio de 1540 (P.T.L, 1921, pp. 63-66).
A finales del siglo XVII, durante las fiestas y desfiles del Corpus Christi en el Cusco se hizo frecuente que el alférez real de los incas y los caciques principales de sus ocho parroquias —quienes para sus respectivas cofradías religiosas solían actuar de portaestandartes— lucieran atuendos ceremoniales de «inca rey». En muchos de sus altos tocados de plumas con divisas heráldicas aparecía el torreón emblemático cusqueño, tal como se aprecia en el retrato del cacique de la parroquia de Santiago. Pero ya para esas fechas la borla real inca estaba culturalmente redefinida y de ser un distintivo imperial exclusivo del Inca prehispánico se había conver- tido en un indicador nobiliario étnico y social —con privilegios tributarios— que le permitía a la aristocracia indí- gena afirmar su «otredad» cultural e idiosincrasia reconociendo al mismo tiempo su sumisión total a la Iglesia y a la Corona española (Dean, 2002, p. 57). Gracias a su glorioso pasado imperial prehispánico, durante el virrei- nato, Cusco fue reconocido por España como la «cabeza» de los reinos y provincias del Perú y por ello tenía el primer voto ante el Consejo de Indias cuando los procuradores de las ciudades de «Nueva Castilla» decidían sus destinos.
No cabe duda que fueron los jesuitas —llegados al Perú en 1568— quienes impulsaron en Cusco el cul- to al Niño Jesús Inca. En la crónica anónima de 1600 titulada Historia General de la Compañía de Jesús en la Pro- vincia del Perú, se menciona que en la capilla adjunta a su iglesia, construida sobre el antiguo palacio del inca Huayna Cápac —el Amarucancha o Casa de las sierpes—, funcionaba una cofradía de indios dedicada al Nom- bre de Jesús. Ésta había sido fundada por Jerónimo Ruiz de Portillo († 1592), el primer provincial jesuita del Perú, quien, hacia 1571, fundó la iglesia de la Compañía en el Cusco. El padre Gregorio de Cisneros S. J. difun- dió la cofradía por más de cien pueblos indígenas aledaños al Cusco; Cristóbal Ortiz —un conocido extirpador de idolatrías indígenas— la llevó a cincuenta aldeas, mientras otros misioneros jesuitas incentivaron su culto en Quito, Arequipa y Potosí. La capilla jesuita donde operaba la cofradía en Cusco estaba íntegramente pintada con representaciones de los castigos del Infierno y escenas del Juicio Final y de la Gloria y era utilizada para la catequesis, los ejercicios espirituales, la confesión y la santa comunión de los naturales; tema polémico este últi- mo si se toman en serio las denuncias contra los jesuitas realizadas por el obispo de Charcas, Bartolomé Álva- rez, en su Memorial a Felipe II (1588). Supuestamente, la Compañía de Jesús era la única orden religiosa, por aquel entonces, que permitía que los indios recién convertidos al cristianismo recibiesen el sacramento de la Eucaristía (Álvarez, 1998, pp. 213 y 225). Fuese esto cierto o no, la capilla de la cofradía del Nombre de Jesús estaba financiada por donantes indígenas, como Diego Cucho, y tenía más de quinientos cofrades indígenas, contando a las mujeres y a los ciento cincuenta indios nobles pertenecientes al grupo de los así llamados «vein- ticuatro», los descendientes directos de los doce ayllus o panacas reales de los incas elegidos anualmente de las dos parcialidades de la ciudad imperial, Cusco Alto y Bajo (véase Amado González, 2002, pp. 226-227). Cuando éstos morían, tenían el privilegio de hacerse enterrar en la capilla del Niño Jesús; licencia que no
Figs. 2a y 2b Anónimo cusqueño, Procesión del Corpus Christi en Cusco, ca. 1674-1680, detalles de caciques con torreón sobre su tocado imperial, Cusco, Museo del Palacio Arzobispal
EL «NIÑO JESÚS INCA» Y LOS JESUITAS EN EL CUSCO VIRREINAL [ 103 ]