Page 85 - Perú indígena y virreinal
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   El despegue cusqueño se producía, entre tanto, como consecuencia del gran terre- moto de 1650 y de las obras de reconstrucción que se emprendieron en los años siguientes. Un veterano ensamblador como Martín de Torres encabezó las principales obras de ensam- bladura con la minuciosa talla que distingue a los retablos del período. El estilo de Torres se caracteriza por el uso de columnas corintias con el tercio inferior con decoración de esca- mas o diamantes. Fue tanto el éxito de esta modalidad que se trasladaría al trabajo en pie- dra, como puede verse en el claustro del convento mercedario, concluido en 1663.
Durante el gobierno eclesiástico de Manuel de Mollinedo y Angulo (1673-1699), las
obras artísticas de la región recibieron un nuevo impulso. Mollinedo alentó el trabajo de los
artífices indígenas, lo que se tradujo en un verdadero resurgimiento de la imaginería religio-
sa cusqueña. Esa mezcla de familiaridad y reverencia que definía la relación entre los devo-
tos y sus imágenes favoritas iría determinando por entonces la exacerbación progresiva de ciertos detalles realistas. Elegantemente vestidas y enjoyadas, las efigies de Cristo, la Virgen o los santos patronos lucirán dientes y pestañas postizas, así como pelucas de cabello natural, ojos de vidrio coloreado y paladares de espejo. Todo ello imprimió al género un carácter impactante, con notas de ternura o patetismo fuertemente marcadas.
Es la época en que las advocaciones más populares son «retratadas» por los pintores, con gran preci- sión de detalle, en sus altares o andas procesionales. A menudo estos bultos se veían envueltos en la leyenda devota, que les atribuía orígenes milagrosos. Las imágenes eran dejadas en el torno de un monasterio por «ángeles escultores», o aparecían varadas por el mar y manifestaban su deseo de permanecer en un determi- nado lugar poniéndose muy pesadas ante cualquier intento de moverlas. Todo ello, junto con los sucesivos repintes y modificaciones, siguen conspirando contra la identificación correcta de las piezas, que a menudo carecen de documentación.
Gran figura de este período fue Juan Tomás Tuyru Túpac, miembro de la antigua nobleza incaica como sus contemporáneos Quispe Tito o Santa Cruz Pumacallao. Su polifacética actuación, documentada entre 1667 y 1700, comprende labores de arquitectura, ensamblaje, dorado y escultura. Entre sus imágenes la más cono- cida es la Virgen de la Almudena, que labró por encargo del obispo Mollinedo en 1686, con destino a la parro- quia cusqueña homónima. Tuyru Túpac se adaptó al gusto europeizante del prelado al trabajar esta pieza de bul- to redondo en cedro, cuya inspiración responde a modelos de origen sevillano.
A Tuyru Túpac se atribuye, sin mayor fundamento, el célebre púlpito de San Blas (ca. 1690), obra capital en un género que cobró auge en consonancia con el florecimiento de la oratoria sagrada en la región. No obstante el frondoso barroquismo de su talla, este púlpito desarrolla un cuidado programa iconográfico que simboliza el triun- fo de la Iglesia católica frente a los enemigos de la fe. Su repertorio arquitectónico churrigueresco y su insuperable derroche decorativo se relacionan con los púlpitos de la catedral, Belén, San Pedro y sobre todo con el de Checacu- pe, que Wethey considera del mismo autor.
Al terminar el siglo otro maestro indígena, Melchor Guamán Mayta, extremó la tendencia realista en sus imágenes procesionales. Se trata de figuras con cuerpos de maguey y tela encolada, en tanto que sus rostros son mascarillas de pasta a las cuales se aplicaban detalles «naturales». En 1712, Guamán concertó la imagen titular de la iglesia de San Francisco, cuyas manos y cabeza serían labradas en cedro sobre una estructura cor- poral de maguey. También se atribuyen a este maestro las populares efigies de San Cristóbal y San Sebastián, representativas de aquella estética efectista propia del momento.
 Fig. 4 Procesión del Corpus Christi en la actualidad, Cusco
 Fig. 5 Juan Tomás Tuyruc Túpac, Virgen de la Almudena, 1686, Cusco, parroquia de la Almudena
  [ 92 ] LUIS EDUARDO WUFFARDEN






















































































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