Page 83 - Perú indígena y virreinal
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iglesia de Chinchaypujio. Sin embargo, sus modelos no tuvieron la misma influencia que en la pintura y rápi- damente fueron desplazados por las emergentes tendencias naturalistas de la imaginería hispánica.
EVOLUCIÓN AL REALISMO
La transición hacia un barroquismo de acento verista ya se podía advertir a comienzos del siglo XVII. A través de maestros sevillanos afincados en Lima, como Martín de Oviedo y Martín Alonso de Mesa, llegaban al virreinato los primeros influjos montañesinos que no tardaron en darse a conocer en el Cusco y la región surandina. Oviedo era discípulo de Juan Bautista Vázquez y amigo cercano del joven Martínez Montañés. Pasó a México en 1594 y desde 1600 estaba activo en Lima. Entre sus pocas obras identificadas se encuen- tran los paneles del antiguo retablo de San José, en la catedral limeña, que todavía expresan una cierto ape- go a los cánones italianistas.
Mesa pertenecía a la misma generación, aunque su producción se muestra estilísticamente más avan- zada y cercana al gusto montañesino. Desde 1602, año aproximado de su llegada, hasta su muerte, en 1626, tuvo una activa labor en la capital del virreinato. Se encargó de labrar en 1623 el San Juan evangelista, imagen titular de la catedral, lo que da un indicio de su fama local. Basado en ella, durante las disputas por la adjudi- cación de la sillería catedralicia, Mesa llegaría a afirmar con jactancia: «Como se sabe en este reyno, no hay per- sona en él que me haga ventaja en la dicha arte de escultura».
Dentro de este ambiente de marcado andalucismo surgió una primera generación de imagineros crio- llos, a la que pertenecieron Pedro Muñoz de Alvarado, probablemente limeño, y el mexicano Juan García Sal- guero. A Muñoz de Alvarado se debe el notable conjunto de la Sagrada Familia (1633) en la catedral de Lima, obra que se hace eco del estilo montañesino generalizado en la ciudad.
Simultáneamente, la importación masiva de obras de Martínez Montañés y su taller habría de significar un formidable impulso para el surgimiento de la escuela escultórica limeña. Entre 1591 y 1640, los encargos peruanos al obrador de Montañés aparecen documentados de manera incesante. El más importante fue, sin duda, el monumental retablo de San Juan Bautista, remitido a través de sucesivos embarques durante el perío- do 1607-1622. Su destino era el monasterio de la Concepción, desde donde fue trasladado en el siglo XX a la catedral. Se trata de un altar «historiado», cuyos relieves desarrollan una secuencia de escenas con los pasajes centrales de la vida del santo titular.
A la presencia de estas piezas vendría a sumarse la actividad de una segunda generación de entallado- res andaluces, integrada por Gaspar de la Cueva, Luis de Espíndola Villavicencio, Pedro de Noguera y Luis Ortiz de Vargas. Todos ellos, junto con el veterano Martín Alonso de Mesa, participaron en el histórico pleito por la sillería de la catedral de Lima, obra clave del período.
ESPLENDOR DE LAS SILLERÍAS CORALES
En torno de la sillería catedralicia limeña se aglutinó un sólido núcleo de escultores andaluces, influidos por la manera de Montañés, que dejaron fuerte impronta en la actividad escultórica local. Mientras Martín Alonso de Mesa se encargaba de la traza arquitectónica en 1623, Luis Ortiz de Vargas redactaba las condiciones de obra para los efectos de su adjudicación pública. Ambos, a su vez, presentarían posturas, al igual que Gaspar de la Cueva, Pedro de Noguera y Luis de Espíndola. Intrincadas maniobras judiciales retrasaron durante años la realización de ésta, que finalmente sería adjudicada —no sin protestas— a Noguera. Los vencidos en la competencia
[ 90 ] LUIS EDUARDO WUFFARDEN