Page 71 - Perú indígena y virreinal
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El espacio abierto de la plaza, el atrio de la catedral, sus escalinatas, los edificios que la rodean y las calles que allí desembocan cumplen cada uno con una función en el desarrollo de la fiesta. A ello se une el recinto catedralicio en donde se colocan las esta- tuas y dentro del cual se cantan misas y se realizan rituales durante varios días. La cate- dral permanece abierta en horarios que no son los habituales y a ella ingresan personas que sólo lo hacen en esos días. Lo mismo sucede en las procesiones, ya que muchos que se dicen contrarios a la religión, participan de las celebraciones y hasta se arrodillan y rezan los días del Corpus.
Debe tenerse en cuenta que el Cusco no sólo es un caso particular por sí mis- mo, sino por el momento en que se inserta dentro de la historia de España y de la propia cristiandad. En cuanto a lo primero, no hay que olvidar que la llegada de Piza- rro al Perú se produce apenas unos cuarenta años después de la terminación de las guerras de reconquista en la Península, cuando aún estaba muy vivo el recuerdo de las luchas por la incorporación de los pueblos musulmanes a la fe cristiana. Esa idea de conquistar tierras para expandir una creencia animaba todavía el sentir de muchos y tenía un fuerte apoyo político, aunque los conquistadores no pensaran en una misión meramente espiritual, ya que también incitaría a la ganancia fácil de tierras y riquezas variadas.
Si América sirvió para una primera idealización que abriría las puertas a toda cla-
se de deslumbramientos y de mitos, poco después serviría de acicate a la aventura para
muchos. Los límites entre lo religioso y lo político, así como entre las verdaderas ambiciones y propósitos de quienes llegaban, aún estaban poco claros. Por mucho tiempo seguirán sin definirse, en una cómoda ambi- güedad que a veces llegaba a ser motivo de malentendidos y altercados.
La conquista americana coincide con fuertes cambios europeos que se dan como consecuencia de las reformas protestantes y la contrarreforma católica. Con el Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI hay una reestructuración de la vida de la Iglesia, que incluye tanto importantes cambios, cuanto la revitalización de tra- diciones olvidadas como la sacralización del espacio y la peregrinación —tan estudiadas y desarrolladas por Carlos Borromeo—. La evangelización de América, que apenas estaba comenzada, tenía la oportunidad de apli- car los conceptos tridentinos sin el anquilosamiento con el que tropezaba en Europa.
Así fue más fácil crear seminarios para la formación del clero —Cusco tuvo uno secular, más allá de los propios de las órdenes— y contar desde un principio con libros en los que constaban bautismos, matri- monios y defunciones. También, a pesar de las dificultades geográficas, los obispos tomaron más responsa- blemente la visita a los pueblos de sus diócesis. En el Cusco, algunos de ellos dejaron importantes docu- mentos en cada una de las iglesias que visitaron en las que dieron recomendaciones para el mejoramiento de sus funciones pastorales y para su embellecimiento edilicio. Sin embargo, había otros aspectos no tan senci- llos, como el ya existente del patronato real, que no se cortó con el concilio y que ayudó a mantener la confu- sión entre el mundo civil y el religioso.
También se consideraba importante la convocatoria a concilios y sínodos locales —de los que surgieron catecismos propios para la región y en la lengua nativa—, así como la búsqueda de misioneros con conocimiento de esos idiomas locales y la posibilidad —aunque muy remota al principio— de que aborígenes y mestizos llegaran
Fig. 5 Celebración de la Cruz Velacuy, Cruces de Mayo en el alto de Sacsayhuaman, Cusco, ca. 1930
Fig. 6 Procesión del Corpus Christi, Cusco, segunda mitad del siglo XVII
[ 78 ] GRACIELA MARÍA VIÑUALES