Page 69 - Perú indígena y virreinal
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La persistencia de muchas de esas cualidades se vería favorecida por su mismo aisla- miento dentro del territorio.
La transferencia virtual de los valores simbólicos incaicos se realizaría con bas- tante facilidad gracias a ese fuerte contacto de los primeros momentos; contactos que se concentraban allí por ser ésta la cabecera española. Aprovechando esa interacción, auto- ridades civiles y religiosas buscaron una suerte de continuidad que va a notarse en dife- rentes aspectos de la organización urbana y en las costumbres que trataron de afirmar- se. Los sitios sagrados de los incas son tomados entonces como base para asentar las nuevas funciones de la ciudad, a veces hasta apelando a similitudes entre el destino pre- vio y el nuevo, como la ubicación de la catedral sobre el palacio imperial, la instalación del monasterio de Santa Catalina en lo que fuera la Casa de las Vírgenes o el convento de Santo Domingo superponiéndose al Coricancha (Templo del Sol).
Lógicamente, fue necesario el mestizaje —en el más amplio significado de la palabra— para lograr una consolidación de simbolismos, y eso redundó en un sentido de identidad. La unión de lo hispano y lo incaico no se vio como una sumatoria, sino como una integridad, que pronto puso en evidencia ese sentido de síntesis que abarca toda la sociedad y que encuentra en la ciudad un espejo de tal pertenencia.
Es seguramente por ello que pronto en Europa se creó casi un mito de la ciudad surgiendo numerosas imágenes ideales del Cusco, concretadas a partir de descripciones vagas, pero ponderativas. A lo largo del siglo XVI y durante buena parte del XVII, habrá una buena producción de grabados y dibujos que harán perdurar por lar- go tiempo tales idealizaciones en la mente de quienes no conocían la verdadera ciudad.
Si los españoles se admiraban ante el oro de los ornamentos y la riqueza del emperador, los incas se deslumbraban ante el poderío militar de los peninsulares. Los americanos contemplaban atónitos los caballos, las armaduras, las armas de fuego y hasta la misma apariencia de los hombres barbados. Los peninsulares no dejaban de admirar la ciudad del Cusco, la extensión del dominio incaico, el vasallaje que le rendía casi toda la región andina y la organización de caminos, puentes, fortalezas, sistemas de correos y obras de riego. Los des- lumbramientos de los primeros momentos fueron mutuos.
Y así como los hitos simbólicos de la ciudad son tenidos en cuenta para la reestructuración hispana, tam- bién ellos llegaron a convertirse en referentes para toda el área de influencia mediata e inmediata. De algún modo, en aquel primer período colonial, se recrea el Tawantinsuyo en una nueva clave dentro de la que el cruce de los ejes sigue teniendo vigencia. Si la ciudad —ya a fines del siglo XVI— no va a ser más la cabecera del Perú, continúa sien- do una bisagra entre la capitalina Lima y la zona del Potosí. Con ello, se articula también la ligazón con los territo- rios del Tucumán (Argentina) y con otras regiones andinas del norte, como Quito y partes de la actual Colombia.
La gran plaza de Huacaypata asustó a los españoles con su inmensa extensión de unas siete hectáreas, por lo que pronto la dividieron en tres espacios construyendo dos grupos de manzanas. Ello les permitió man- tener la idea de plazas congregantes, con vida y animación, aunque en clave española que da «especialidades» a cada una de ellas: la de San Francisco, la de los Regocijos y la actual Plaza de Armas, que adquiere desde un principio el carácter de síntesis del conjunto. Y si este centro tiene poder de convocatoria, no debemos dejar de lado que ello no se produce de manera estática, sino a través de los dinamismos generados por los derroteros que a ella conducen, porque además de consolidarse la centralidad de la plaza, se afirma la preeminencia de las antiguas «huacas» y sitios ceremoniales que en la colonia definen renovados usos y significados. Así, se vuelve
Fig. 1
Huacaypata incaica siglo XV adecuada como un conjunto de plazas españolas, según Emilio Harth-Terré, Cusco, siglo XVI
Planta de la antigua
Fig. 2 Beaterio de las Nazarenas, muro de transición entre la arquitectura incaica y española, Cusco, siglo XVI
[ 76 ] GRACIELA MARÍA VIÑUALES