Page 35 - Perú indígena y virreinal
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 los caminos del arte
Rafael López Guzmán
 Las formas y procedimientos artísticos utilizados en España, y por extensión en Europa, durante la época virrei- nal fueron penetrando, modificándose y aceptando o rechazándose en América de manera diversa en relación con los espacios territoriales, las culturas preexistentes y los distintos modelos de desarrollo regional a lo largo del Nuevo Continente. Es cierto que la estética europea fue una de las aportaciones culturales del Viejo Conti- nente a América, pero la afirmación contiene en sí misma numerosas matizaciones.
En el caso que nos atañe, el territorio peruano, son artistas itinerantes que acaban recalando en los cen- tros urbanos de Lima y Cuzco los que con su poética singular crearán focos de influencia e interacciones con las prácticas autóctonas. Lo que no significa, en absoluto, una simple mezcla de distintos componentes en diversos tantos por ciento, sino la base para el desarrollo de nuevos modelos estéticos y de representación a partir de un proceso de apropiación y reinterpretación cultural.
Son Bernardo Bitti (1548-1610), Angelino Medoro (1567-1633) y Mateo Pérez de Alesio (1547-1607) los que llevan entre el último cuarto del siglo XVI y el primero del XVII los modelos manieristas romanos. Por su par- te Bitti se convertirá en la expresión artística de los jesuitas y, por consiguiente, en el vocero de las normas tren- tinas. En paralelo, escultores sevillanos envían obras a Perú (Juan Bautista Vázquez, Roque Balduque, Juan Mar- tínez Montañés y Juan de Mesa) y algunos emprenden el viaje a América (Pedro de Noguera, Martín Alonso de Mesa, Gaspar de la Cueva, Luis de Espíndola o Luis Ortiz de Vargas).
El conjunto de obras que a lo largo del período virreinal se exportaron a América se puede cuantificar con el análisis de los fletes de barcos. El número y la calidad de los autores no permiten duda sobre la influen- cia que ejercieron en la evolución de la plástica americana. El problema deviene, desde el punto de vista de la investigación, del intento, por parte de eruditos locales, de atribuir constantemente las obras sin base docu- mental a artistas de reconocido prestigio. La pérdida de una parte importante de este patrimonio y el intento continuado de búsqueda de paternidad (superada por la última historiografía peruana) impide, en ocasiones, el análisis de las líneas artísticas que influyeron en cada foco cultural.
A través de documentación sabemos, por ejemplo, que Zurbarán contrata en 1647 una remesa de trein- ta y cuatro lienzos para el convento de Nuestra Señora de la Encarnación de Lima. Este pintor también mandó
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