Page 34 - Perú indígena y virreinal
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la talla profusa y plana hace que, frente a las fachadas-retablo de la arquitectura barroca lime- ña o cuzqueña, las fachadas arequipeñas se hayan calificado de portadas mestizas o fachadas- tapiz. La tupida decoración de la fachada de la catedral de Cajamarca representa una peculiar variante exornativa del barroco peruano.
No se puede concluir esta rápida visión de las ciudades peruanas y de la arquitec- tura sin hacer una alusión a la presencia de la naturaleza, a la estrecha relación que existe entre el paisaje y las edificaciones hechas por los peruanos. Las «grandes y ásperas sie- rras», los valles y las laderas montañosas, los lagos y las cimas de los Andes impresiona- ron a los cronistas que acompañaban a los conquistadores. Este asombro y admiración ante una naturaleza tan quebrada e imponente llamó siempre la atención de los viajeros
extranjeros. Basta leer sus textos para comprender el pasmo y la fascinación que siente el que, por primera vez, atraviesa en avión los Andes o camina en las sierras peruanas. El sentimiento de lo sublime se apodera de su ánimo ante una naturaleza que sobrepasa lo imaginado a través de las lecturas o las vistas fotográficas. Cite- mos los ejemplos modernos. El primero es el de la escritora francesa citada anteriormente, Flora Tristán, y el segundo el del alemán Alejandro Humboldt, el padre de la geografía contemporánea.
Cuando Flora Tristán, tras haber desembarcado en Islay (Perú) y haber atravesado el desierto que con- ducía desde la costa a Arequipa, al apercibir a lo lejos los tres grandes volcanes que servían de telón de fondo a la ciudad de sus antepasados, nos comunica:
Mis ojos vagaban por aquellas crestas plateadas, las seguían hasta verlas confundirse con la bóveda azula- da; contemplaba esos montes elevados, cadena sin término, cuyos millares de cimas cubiertas de nieve reventaban con los reflejos del sol. El infinito penetraba por todos mis sentidos y Dios se manifestaba ante mí con toda su potencia, con todo su esplendor. Después mi mirada se dirigió sobre aquellos tres volcanes de Arequipa, unidos en su base, que presentan el caos en toda su confusión y alzan hasta las nubes sus tres cimas cubiertas de nieve que reflejan los rayos del sol y a veces las llamas de la tierra. Mi alma se unía a Dios, en sus arrebatos de amor. Jamás un espectáculo me había conmovido tanto.
Alejandro Humboldt, en sus Cuadernos de la Naturaleza, al adentrarse en los Andes sintió «la severa impresión que producen las salvajes cordilleras» y admiró «los admirables restos de la gran vía construida por los incas, de esa obra gigantesca que establecía una comunicación en todas las provincias de su imperio». Desde las cimas más altas de la sierra de Cajamarca se acrecentó su deseo de contemplar el océano Pacífico. Pero las con- diciones meteorológicas se lo impedían. Al encontrarse en tan elevado nivel sobre el mar, su vista «se perdía en el vacío como desde lo alto de un globo» y no podía «apercibir sino peñascos, diversos configurados, que se destacaban como islas en medio de un mar de nubes y desaparecían a la vez». Quien haya estado en las cumbres de los Andes sabe que muchas veces las nubes están por debajo de nuestra vista. Humboldt, sobre- excitado e impaciente quería columbrar lo infinito. Por fin un día, al abrirse de repente la niebla que le envolvía, pudo divisar todo el panorama. Bajo un cielo azul purísimo y con una irradiante claridad y una atmósfera trans- parente columbró las ondulaciones de todo el relieve de la sierra y en el horizonte el océano Pacífico. Su emo- ción la comparó a la que sintió Vasco Núñez de Balboa al descubrir un océano hasta entonces desconocido. El famoso autor del Cosmos sintió entonces todo el esplendor de un país hijo del Sol.
Fig. 10 Fachada de la iglesia de San Francisco, Cajamarca
Fig. 11 Bóveda de la iglesia
de Santiago, Pomata (Puno), 1726
LA DIVERSIDAD DEL TERRITORIO Y LA ARQUITECTURA [ 41 ]