Page 33 - Perú indígena y virreinal
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techumbres. En el caso del monasterio de San Francisco de Lima, con su espectacular plazuela, las dimensiones de su conjunto pueden servir de índice de la riqueza e importancia de estos cenobios que, con sus funciones reli- giosas, desempeñaban un papel primordial en la vida de la ciudad. En el Cuzco, aparte de la belleza, por ejem- plo, del claustro de la Merced o el complejo interior de Santo Domingo, citemos cómo el colegio de los jesuitas, con la iglesia y la adyacente capilla del Loreto, rivaliza, en la Plaza Mayor, con el frente que forma la catedral, el sagrario y la llamada Casa de la Inquisición, que probablemente era una capilla abierta. El estudio estilístico de todos estos edificios, reconstruidos tanto en el Cuzco como en Lima tras los respectivos terremotos ya citados, hacen que se pueda comprender cuál fue la magnificencia de la ciudad.
Los monasterios femeninos, tanto en Huamanga, Cuzco, Lima o Arequipa constituyen, «una ciudad dentro de la ciudad», un mundo aparte y recoleto, en donde las virtudes de las esposas del Señor representan lo más refinado de la sociedad colonial. El convento de Santa Clara, construido sobre el antiguo cenobio de vír- genes incas, es un típico monasterio con iglesia de dos puertas, al igual que los de Andalucía, México y otras partes de Hispanoamérica. De capital importancia, por ser el modelo de los primitivos conventos femeninos hispanos, es el de monjas dominicas de Santa Catalina de Sena en Arequipa. Fundado en 1576, además de la iglesia y un claustro con un dormitorio común y un patio dedicado a las novicias, tiene en su interior un barrio o conjunto de calles tortuosas y plazoletas, en el cual se encuentran una serie de celdas de tamaños, formas y colores diferentes. Nada es más pintoresco que esta ciudad en miniatura, con casitas que se dirían de muñe- cas. Para entender su existencia hay que remontarse a la vida eremítica primitiva en el desierto a principios del cristianismo. Flora Tristán, la abuela de Gauguin, descendiente de Arequipa, en su viaje a la ciudad de sus ante- pasados, nos describe la vida en el interior de este hoy singular monasterio femenino.
Las distintas épocas de la arquitectura peruana están ligadas a las reconstrucciones después de los terre- motos. También a la personalidad de los virreyes, obispos y promotores. A la vez, a la cate-
goría de la ciudad y al uso de los materiales. Un obispo como el madrileño Mollinedo y Angu-
lo fue esencial para el esplendor del barroco de fines del siglo XVII en el Cuzco, de la misma
manera que los virreyes Superunda y Amat lo fueron para la Lima rococó, afrancesada e ita-
lianizante, del siglo XVIII, de esa época hay una serie de mansiones señoriales como el pala-
cio Torre Tagle o la quinta de la Presa, con sus correspondientes amplios balcones con celo-
sías de madera, formando, como dijo Antonio de la Calancha, «como calles en los aires». A
finales del barroco, la personalidad del presbítero Matías Maestro, que en las iglesias hizo
que desapareciesen los retablos dorados de columnas salomónicas, sustituyéndolos por fríos
y desnudos altares neoclásicos, es el autor del Cementerio General de Lima. A la acción del
tiempo y de los cambios del gusto hay que añadir la fuerte impronta que en la sierra desem-
peñó la pervivencia de lo indígena. El arte «mestizo» de la región andina, estudiado por los
historiadores del arte Mesa, es de tenerse en cuenta. Las sirenas y figuras femeninas con fal-
dellines tocando instrumentos de música, como el charango, son la prueba más fehaciente
de nuestro aserto. Pomata, Zepita, Puno, Juli son obras arquitectónicas inconfundibles, en las
que la talla plana acentúa lo extraordinario de la imaginación indígena, influyendo sobre moti-
vos y temas sacados del repertorio clásico y manierista occidental. En el caso de Arequipa
—la ciudad que al pie del volcán Misti ha luchado siempre contra los terremotos, utilizando una
arquitectura en piedra volcánica blanca, muy porosa y ligera, con edificios de muy poca altura—,
Fig. 8 Quinta de la Presa, Lima
Fig. 9 Entrada al cementerio de Lima, inaugurado en 1808
[ 40 ] ANTONIO BONET CORREA