Page 118 - Perú indígena y virreinal
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utopías
y realizaciones
en la lima del siglo XVIII
Leonardo Mattos-Cárdenas
DESARROLLO URBANÍSTICO HASTA LOS AÑOS 1760
Durante el siglo XVIII, la opulencia y la ostentación que habían caracterizado la capital estaban claramente disminu- yendo, con lo cual se hizo inusual celebrar eventos haciendo pavimentar con planchas de plata la calle principal, como sucedió al recibir al virrey duque de la Palata, en 1681. En el seiscientos, Lima comenzó a vestirse de barroco; en 1685 se alzaron sus murallas y bastiones de adobe —amenazantes si se observan a través de los grabados de entonces—, sus edificios se adornaron con elaboradas fachadas, especialmente después del terremoto de 1687. Contaba además con un puerto fortificado, El Callao, con numerosas casas, iglesias, establecimientos públicos y privados.
El conde de la Monclova, virrey del Perú (1689-1705), inició el siglo con los portales de piedra que había mandado construir en dos lados de la plaza mayor y mejoró el palacio virreinal, de cuyas obras continuó ocu- pándose el gobierno de la Audiencia (1705-1707); que declaró que: «por los aderezos de los palacios de Lima y Callao se han librado las porciones necesarias a su reparto, perfección y hermosura, con la conformidad que en otras ocasiones se ha hecho».
Sin embargo, Lima, por su trazado y por su palacio —que «no tenía nada de magnífico», según el jesui- ta J. Nyel que lo vio en 1705—, nunca fue una ciudad barroca concebida al estilo europeo y menos una peque- ña Versalles tropical, como quiso representarla un grabado, hecho en esos años en Amsterdam.
No obstante, continuaba alimentando la fantasía, y el interés de corsarios y piratas ya que, según su cos- mógrafo, don Pedro de Peralta, no estaba bien defendida. Éste presentó —en tiempos de Fernando VI— un pro- yecto de ciudadela pentagonal al virrey, marqués de Villagarcía (1736-1745), que debía levantarse a la salida del puerto en Chacra Ríos, «como son los de Milán en Lombardía, de Santángel en Roma, de San Julián en Lisboa y de Pamplona en Navarra». Sus propuestas no tuvieron acogida, aunque volvieron a interesar al nuevo monar- ca, Carlos III, en 1781.
Siendo virrey Manso de Velasco (1745-1761), un violento terremoto como jamás había ocurrido antes, destruyó gran parte de la ciudad, la noche del 28 de octubre de 1746, cobrándose más de diez mil víctimas (un quinto de la población) y en la costa fue «agente de una elevación en sus olas» (como sospechó en su Rela- ción), arrasando El Callao y penetrando tierra adentro.
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