Page 111 - Perú indígena y virreinal
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muy posiblemente, para guardar los frascos, crismeras. De sus formas (con estructura de venera o globular), tama- ños y estilos (las localizadas en plata corresponden a la segunda mitad del siglo XVIII) nos hablan las distintas épo- cas y centros, y su uso estaba tan arraigado entre la sociedad de la sierra y del altiplano como en la capital del virrei- nato, así que viajeros tan conocidos como el ingeniero (y espía) francés Amadeo Frezier, que estuvo en Lima a principios del XVIII, dejó testimonio en un grabado que ilustra su obra Relation du voyage de la mer du Sud (Amster- dam, 1717) de algo que le llamó la atención por ser desconocido para él y extendido en el medio limeño: la ceremo- nia de «tomar el mate» en la sala por tres damas, que se acompañan de todos estos objetos precisos para el ritual. Años más tarde, también se hizo eco de ello el botánico don Hipólito Ruiz y Pavón, quien en su Relación histórica del viaje... a los reinos de Perú y Chile (1777-1778), recoge otro grabado con la representación de la misma ceremonia, sólo que ahora es una mujer criolla de Lima la que ocupa la escena, aunque siempre acompañada del mate con la bombilla y el calentador de agua para cebar la yerba.
Variado y espléndido fue el repertorio temático que se empleó para cubrir las piezas y ofrecer así una rica ornamentación, que se hizo más densa y «exótica» en los tiempos en que el adorno se apoderó de las superfi- cies, cosa que ocurrió a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Todo el Perú participó del gusto por el horror vacui, pero mientras en Lima los trabajos eran más contenidos y sus adornos más alineados con los heredados de Europa, en la región andina se desbordó el gusto por las formas ambiguas y monstruosas de lo híbrido, don- de lo vegetal y lo animal se combinaron y siempre en una continua metamorfosis. La «fantasía» desempeñó un papel decisivo, de ahí que sus representaciones oníricas obedezcan a una cultura de tipo idealista que se recreó en huir del medio ambiente y que para evadirse de la realidad buscó no sólo recuperar las formas ambiguas que nosotros vinculamos al manierismo, sino que rescata de la selva y de la tierra caliente todo un repertorio que le es ajeno (aves selváticas, monos, piñas, papayas, etcétera), pero que le sirve para soñar con la abundancia y el bienestar (el Paraíso) y contrarrestar así las carencias y las duras condiciones de su medio. Es por eso por lo que buscará en ese mundo de felicidad inspirar las composiciones frondosas donde la vegetación lo invade todo y donde los árboles cargados de frutos y cubiertos de pájaros responden a esa imagen de ensoñación.
Si el oro por razones rituales o decorativas nos remite al pasado prehispánico, la plata representa el apo- geo de los tres siglos del virreinato, un período que podemos considerar como la «Edad de la Plata», porque colmó la vida de Perú y la de España. La fortuna del Perú fue, sin duda, su plata y gracias a ella se pudo desa- rrollar la platería, un arte excepcional que destacó sobre todo el mundo hispánico (peninsular y americano), y en buena medida gracias a las fuertes raíces que lo vincularon con el mundo indígena y con su brillante trayec- toria en el trabajo de los metales preciosos. Sin esta herencia difícilmente la platería peruana hubiera alcanzado las cotas de originalidad y calidad técnica conseguidas durante la etapa virreinal y la prueba fehaciente de esta afirmación es que hoy día las únicas regiones donde se trabaja con éxito la plata son en la zona surandina y en torno al Lago, justo entre las poblaciones indígenas que, tras los días de la conquista, supieron perpetuar las expresiones artístico-simbólicas de su universo como fórmula de comunicación y memoria de su pasado.
BIBLIOGRAFIA
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[ 118 ] CRISTINA ESTERAS MARTÍN
Fig. 8 Caja cuzqueña para guardar hojas de yerbamate o de coca,
ca. 1740, Colección particular