Page 101 - Perú indígena y virreinal
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 su precedente sitial en la Nueva España. Por añadidura, entre los delegados regios en los dominios españoles en el Nuevo Mundo, el del Perú disfrutaba de la merced de salir escoltado por la Compañía de los Gentilhom- bres Lanzas y Arcabuces, cuerpo de respeto similar a la Guardia de Corps. Para cerrar este esbozo del cúmulo de distinciones gubernativas conferidas a Lima, queda constancia de que fue la única localidad del Nuevo Mun- do exenta de la autoridad de un corregidor en calidad de agente real y superior nato del Cabildo.
Sirva de confirmación de ese toque cortesano la circunstancia que desde 1616 hasta 1627 entre los vecinos notables figuraron los marqueses de Santiago de Oropesa, matrimonio formado por descendientes de ilustres familias: él, Enríquez de Borja —pariente del virrey príncipe de Esquilache (Borja y Aragón), nieto de san Francisco de Borja—, y ella, doña Isabel Clara Coya —nieta del último Inca y por cuyas venas corría la san- gre del linaje del fundador de la Compañía de Jesús—.
No quedaría cumplida esta relación de los timbres que enaltecían la ciudad, si no se tuviese presente que en ella vio la luz la primera santa del Nuevo Mundo; que el dominico fray Diego de Hojeda, «el primero de nuestros épicos sagrados» según Menéndez Pelayo, hallase ambiente propicio para componer La Christiada; y, por último, que dos jurisconsultos —Solórzano Pereira y León Pinelo— sentasen las bases de la Recopilación de Leyes de las Indias.
PERFILES DE LA CIUDAD
En el siglo XVII Lima se extendía sobre una planicie levemente inclinada hacia el Mar del Sur (del que distaba unos
diez kilómetros). La planta urbana, que se mantuvo sin variantes dignas de tomarse en consideración hasta la decimonona centuria, se inscribía aproximadamente dentro de un triángulo, cuyo lado
mayor o base se apoyaba a lo largo del río Rímac. En el interior de ese circuito se conta-
ban aproximadamente dos mil quinientos inmuebles distribuidos en el área ocupada por
unas catorce manzanas de norte a sur, y cerca de veinticinco de levante a poniente. En el decurso de 1614 hasta 1699 la población pasó de 25.494 a 37.259 almas.
El ágora de la ciudad, como de costumbre, lo constituía la Plaza Mayor, cuya exten- sión igualaba a la madrileña, si bien los edificios del perímetro eran de menor alzado. Al tenor de sus similares, servía tanto de ambiente cívico —punto de concentración del común en toda ocasión—; de espacio religioso —recinto para procesiones y perspectiva de la catedral—; ferial y plaza de abastos; campo de alardes y desfiles militares; sitio obli- gado de paso, y, finalmente, lugar de esparcimiento —fiestas solemnes, corridas de toros, encamisadas, torneos y representaciones escénicas—.
Al norte la cerraba el frontis del palacio de los virreyes, con una balconada desde la cual las autoridades gubernativas presenciaban los sucesos. Adosados a las fachadas se alineaban unos tendejones (los cajones de la ribera). El flanco oriental lo ocupaban las casas consistoriales y una hilada de cuarenta soportales, en los cuales se hallaban insta- ladas las notarías (razón por la que hasta hoy recibe esa crujía el nombre de Portal de los Escribanos). En ángulo recto se alineaba otra danza de cuarenta arcos —el Portal de los Botoneros—, aunque en las tiendas no solamente los artesanos dedicados a ese que- hacer negociaban sus productos, pues allí también los sederos, gorreros y otros oficios similares buscaban compradores. Cerraba el cuadrilátero la mole de la catedral, desde
Plano de Lima, vista
Fig. 2
a caballera, 1687, Sevilla, Archivo General de Indias (MP. Perú
y Chile, 13)
Fig. 3 Plano del río y puente
de Lima, 1611, Sevilla, Archivo General de Indias, (MP. Perú y Chile, 6)
    [ 108 ] GUILLERMO LOHMANN

















































































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