Page 95 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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nal del franquismo fueron los de Jaén, Málaga, Murcia y Segovia, intentando hacerlos «más modernos», con contenidos a veces mixtos (no solo arqueología) y evi- tando el término de provinciales, atisbando que el sig- no de los tiempos estaba cambiando. Con la llegada de la democracia y la construcción del estado de las auto- nomías la situación empezó a cambiar radicalmente. El Museo Arqueológico Nacional —como símbolo de la museología arqueológica española— remodeló de ma- nera profunda su exposición permanente, a mediados de los años 1970 bajo la dirección de Martín Almagro Basch, ofreciendo un museo nacional a la altura de la museografía europea de la época. Ese museo es el que prácticamente permaneció estable y resistió digna- mente más de 30 años hasta su reciente transforma- ción y reapertura en 2014.
En el resto del país las cosas también cambiaron. Los museos provinciales que fueron casi la única polí- tica museística estatal desde hacía casi un siglo, apenas tenían alternativa en la fórmula de museos locales o municipales. Con la democracia y la Constitución espa- ñola de 1978 se abrirán espacios para —con las transfe- rencias del estado central a las Comunidades Autóno- mas pocos años más tarde— la ruptura de la política museística centralista, la liberalización de la rígida re- glamentación anterior con la gestión de los viejos mu- seos por las nuevas administraciones autonómicas y, de manera muy especial, la creación y fundación de numerosos nuevos museos por las administraciones municipales (Azuar 2013).
Con la democracia el crecimiento de los museos se disparó. Si en 1970 había 17 museos arqueológicos a finales de los años 1980 eran 47 los fundados, con un crecimiento del 1,3 % anual y en la última década del siglo XX continuaron creciendo todavía más llegando a un ritmo anual del 2,6 %. Como ha señalado Azuar (2013: 113) es muy relevante que con la democracia y las autonomías se cerró la articulación territorial del pa- trimonio arqueológico y su gestión exclusiva por parte de los antiguos museos provinciales, con más de 100 años de antigüedad y que habían sobrevivido a las dos repúblicas y a las dictaduras del general Primo de Rive- ra y de Francisco Franco.
Antes de las transferencias a las Comunidades Autónomas, el Ministerio de Cultura, sin conocer exac- tamente como iba a ser la transición política y cultural pero acaso sospechando lo poco que quedaría en ma- nos del Estado central, reconoció al Museo de Mérida como Museo Nacional de Arte Romano (1975), al anti- guo Museo de Prehistoria de Altamira como Museo y Centro Nacional de Investigación de Altamira (1979) y al Museo de Tarragona como Museo Nacional de Ar- queología de Tarragona (1981). Mientras que en 1980 se creo el Museo y Centro Nacional de Investigaciones Submarinas en Cartagena [fig. 6].
En la década de 1980 se empezaron a crear los nuevos museos municipales (fueron pioneros los de Caravaca de la Cruz, Cehegín, Calahorra, Nájera y Agramunt) y un nuevo tipo de museo arqueológico: los «museos de sitio», al lado de los propios yacimientos arqueológicos, como los de Clunia, el castro de Vila- donga, Pollentia y Tiermes, que fueron los primeros y sentaron las bases de lo que habrían de ser estos mu- seos (Azuar 2013: 115). La Ley 16/1985 de Patrimonio Histórico Español y los desarrollos legislativos y nor- mativos de las Comunidades Autónomas impulsaron la creación de museos y en la última década del siglo pasado casi se fundaron los mismos que en los 20 años anteriores. Gobiernos autonómicos y muchos Ayunta- mientos se empeñaron en la recuperación de las raíces históricas —apuntalando así sus identidades políticas, todo hay que decirlo— y también, es verdad, con el de- seo de hacer llegar a la ciudadanía la cultura y la histo- ria de forma más efectiva.
Los años de comienzos del siglo XXI han contem- plado una nueva etapa definida por las ayudas al desa- rrollo de la Unión Europea (programas Leader, Feder y Proder) que han permitido a muchos municipios seguir con la fundación de nuevos museos arqueoló- gicos y por otra parte a las Comunidades Autónomas implantar nuevos modelos como los Parques Arqueo- lógicos ( Querol 1992-93 ), los Centros de interpreta- ción y las Aulas arqueológicas —con desigual éxito según Comunidades— o las redes y rutas autonómicas de yacimientos arqueológicos. Por su parte, el desa- rrollo urbanístico y especulativo estimuló el creci- miento de museos y de los nuevos modelos de presen- tación del patrimonio arqueológico, para convertirlos en herramientas de políticas de turismo cultural, es- pecialmente en las regiones mediterráneas. Al final de la primera década del siglo actual había unos 180 museos arqueológicos —y más de medio centenar de « museos de sitio »—, que atrajeron a algo más de siete millones de visitantes ( Azuar 2013 : 174 ), una cifra nada despreciable aunque quizá efecto de una «bur- buja museística » ( ver pp. 98-99 ) casi paralela a la bur- buja inmobiliaria de aquellos años. Pero este escena- rio se vería pronto gravemente alterado por la crisis económica. Los efectos de la crisis iniciada en 2008 — y en cierto modo no cerrada todavía— restan por ser conocidos en detalle. Pero el estancamiento en el rit- mo de nuevas fundaciones museísticas y el cierre de ciertas experiencias nuevas, como el caso de los Parque Arqueológicos de Castilla la Mancha o el dete- rioro y cierto abandono de algunos centros de inter- pretación y aulas arqueológicas, son algunos sín- tomas inequívocos del efecto de los recortes en Arqueología y cultura en general. Problemas que se están comenzando a afrontar y que no resultarán de fácil solución.
La configuración de la arqueología contemporánea en España ( 1960-2017 ) 95




























































































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