Page 70 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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texto, y con el que le relacionarían, ya siendo un escritor de fama, las adap- taciones a la gran pantalla de sus novelas. Al igual que otros autores con- temporáneos, como Juan Marsé, Mendoza siente cierta extrañeza al ver sus personajes interpretados por actores de carne y hueso y adquiriendo unos rasgos muy precisos; también al comprobar la factura y la efectividad de las películas resultantes. Entre ellas se cuentan «La verdad sobre el caso Savolta» (1979), dirigida por Antonio Drove, con Ovidi Montllor, José Luis López Vázquez, Stefania Sandrelli y Charles Denner; «El misterio de la cripta em- brujada» (1981), dirigida por Cayetano del Real y protagonizada por José Sacristán; «La ciudad de los prodigios» (1999), dirigida por Mario Camús, con Olivier Martínez y Emma Suárez; o «El año del diluvio» (2004), dirigida por Jaime Chávarri, con Darío Grandinetti y Fanny Ardant.
El libro que siguió cronológicamente a Una comedia ligera fue La aven- tura del tocador de señoras (2001). Los registros literarios de ambas obras tenían poco que ver, puesto que en la segunda rescataba a Ceferino, inactivo desde casi veinte años atrás. Pero en ambas, como, de hecho, en toda la na- rrativa mendocina, se ofrecía una acerada crítica del poder. Si en Una co- media ligera era una crítica del poder omnímodo y asfixiante de la dictadura, en La aventura... lo era de un poder formalmente democrático, pero con tendencia a incurrir en sus propios vicios.
Mendoza sitúa esta vez la narración en la Barcelona postolímpica, donde los emigrantes procedentes de África forman ya una comunidad visible, y donde Ceferino trata de iniciar una nueva vida y reinventarse en funciones de peluquero, aunque, irremediablemente, se verá inmerso en sucesivos lances detectivescos y enfrentado a diversos peligros. Ahora bien, quienes se llevan la peor parte, al menos en lo referente a las descripciones del autor, no son sus rivales callejeros sino los políticos, y en particular los mandata- rios municipales. En tal medida, que en ocasiones esta obra parece situarse en la raya del Código Penal. «Soy el alcalde de Barcelona –leemos en uno de los pasajes del libro– y estoy haciendo campaña electoral. Ya saben: re- írme como un cretino con las verduleras, inaugurar un derribo y hacer ver que me como una paella asquerosa. Hoy me toca esta mierda de barrio. ¿Es- tamos en directo? Ah, vaya. Habérmelo dicho».
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