Page 68 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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Tanto por su extensión como por su ambición literaria, Una comedia li- gera es comúnmente considerada como una de las tres novelas mayores en la bibliografía de Mendoza. La riqueza de colores, tonos y matices en su paleta le permite pintar el haz y el envés de una sociedad, empleando re- cursos muy diversos y, a la postre, siempre armoniosamente ensamblados. Todo cabe en esta narración, desde los tules y las gasas de colores pastel hasta idóneos para arropar los ocios de las damas adineradas, lo que parecen grabados al ácido, idóneos para reflejar las miserias de una sociedad co- rrupta e injusta y perfilar a sus víctimas. Sin olvidar, claro está, a un diverso elenco de personajes, en el que se codean los «happy few» con gentes del arroyo, matones y terroríficos jerarcas del aparato represivo estatal.
Fuera por el mucho trabajo que le había requerido esta obra –y por su poca intención de volver a enfrentarse a un reto de tales proporciones– o por el deseo de explorar nuevos terrenos expresivos, Mendoza comple- mentó su publicación con unas declaraciones, entonces muy comentadas, en las que anunciaba la muerte de la «novela de sofá». Han pasado ya más de veinte años desde la llegada a las librerías de Una comedia ligera y lo cierto es que Mendoza no ha vuelto a publicar una novela de este vuelo, que sigue de cerca las ambiciones de La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios. Estas tres obras, todas ellas de larga gestación, apa- recieron con intervalos, aproximadamente, de diez años. Mendoza no ha renunciado todavía a escribir una última novela de estas características, pero de momento, los intentos no han llegado a puerto.
Sí llegaron, por el contrario, las incursiones en el género teatral. Proba- blemente, estaban cantadas. Mendoza, que empezó a frecuentar teatros de la mano de su padre, nada más alcanzar el uso de razón, que esbozó una obra a lo Beckett en sus años de adolescencia, que fue actor aficionado en su etapa universitaria, y que en 1986 firmó una versión en castellano de El sueño de una noche de verano de Shakespeare montada por Miguel Narros, ha sido toda su vida un asiduo espectador teatral, ya residiera en Barcelona, Nueva York o Londres.
Tanta afición a las tablas tuvo otras consecuencias. En 1990 Mendoza estrenó su primera obra, Restauració, que remite a los años de la Restaura-
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