Page 64 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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otros de menor proyección, como el sueco, el islandés, el lituano, el búl- garo, el serbio o el coreano.
Todos estos reconocimientos fueron reforzando la dimensión pública de Mendoza, generalmente considerado como un escritor muy apreciable y también como un modelo de ciudadano educado, elegante y divertido. No a la manera de las actuales celebridades, que a menudo alcanzan notoriedad elevándose sobre la nada, sobre su mera presencia mediática. Sino aupado por una obra sólida y por unas apariciones públicas que le situaban en las alturas sociales y retroalimentaban su fama. Cuando Bernard Pivot le invitó en 1989 a su célebre programa «Apostrophes», coincidió en el plató tele- visivo, entre otros, con el entonces presidente del Gobierno español, Felipe González, y su esposa Carmen Romero.
Este éxito literario y social, que gozó de su correlato económico, permitió a Mendoza irse olvidando paulatinamente de sus trabajos como intérprete y concentrarse en las tareas literarias. Eso tuvo efectos diversos. El escritor suele decir que la construcción de su bibliografía es una perpetua huida de los elevados retos que se plantea; que se pasa la vida escribiendo determi- nados textos para escapar de otros en los que trabaja desde hace tiempo y que progresan a ritmo exasperantemente lento. Mientras combinó la tra- ducción y la interpretación con la escritura, la presión que se autoimponía como creador era una. Cuando se concentró en las letras, la presión au- mentó. De manera que a la satisfacción por vivir de sus libros se unió la in- quietud y la responsabilidad por estar a la altura de lo que se esperaba de él.
Esa tendencia a cierta dispersión, junto a las peticiones de amigos y edi- tores que suelen suceder a un éxito de las dimensiones del de La ciudad de los prodigios, tuvo entonces su manifestación. Fruto de ambos factores fue- ron libros como Nueva York (1986), una muy personal guía de la ciudad, o Barcelona modernista (1989). Esta última obra fue escrita por Mendoza a cuatro manos con su hermana Cristina, a la sazón directora del Museo de Arte Moderno de Barcelona, en cuya biblioteca había buceado un Mendoza siempre ávido de documentación histórica. Se trata de una evocación de la
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