Page 62 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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Mendoza confiaba que sus contactos le permitieran seguir empleándose ocasionalmente como intérprete. Así fue.
Corría todavía 1983 cuando volvió de nuevo a Estados Unidos, esta vez integrado como intérprete de postín en el séquito del entonces presidente del Gobierno Felipe González, que viajó a Washington para entrevistarse con el presidente Ronald Reagan y asegurarle que los socialistas del PSOE, en el fondo, eran gente de fiar. Seguirían a aquel viaje otros muchos, no ya con Felipe, sino contratado por la ONU para trabajar en conferencias que, por espacio de una o varias semanas, se desarrollaban en capitales como Ginebra, Viena, Estambul o Nueva York, y en las que Mendoza volvía a aco- modarse en la cabina de los intérpretes para contar sobre la marcha a los hispanófonos lo que expresaban los ponentes en inglés.
Estos viajes los alternaba con largas estancias en Barcelona, donde adqui- rió un piso en la parte alta de la calle Balmes, ya cerca de la plaza Kennedy y del paseo de San Gervasio. La aclimatación a su propia ciudad no fue in- mediata tras el período neoyorquino. Los modelos sociales eran distintos y las diferencias, chocantes. Pero eso fue también un factor que favoreció su recogimiento, el afianzamiento de la vida familiar –el segundo hijo de Men- doza y Soler nació en 1986–, una vida social parca y una constante entrega a la redacción de La ciudad de los prodigios, que finalmente llegaría a las li- brerías el 6 de mayo de 1986, recibiendo el entusiasta y generalizado aplauso de la crítica, que la tildó de «crónica magistral» para arriba, in- cluido el aplauso del exigente Juan Benet, que vio en ella una «obra excep- cional». Entre otros motivos, quizás, porque como apuntaría Juan Marsé años después, «Mendoza nunca desatiende los problemas básicos del oficio, que son la claridad, la vivacidad, la intención, el humor y el sentido común literario».
Dicha novela, además de ser la más ambiciosa y la más extensa, aquella en la que combina con mayor donaire hablas, voces y tonos, personajes de ficción con otros reales –de Rasputín a Mata-Hari, pasando por Picasso–, reflexiones sobre el sentido de la vida con chocarrerías inclementes, cons- tituye también la etapa reina del barcelonismo de Mendoza. En ella, el es-
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