Page 63 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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critor pinta un fresco de la ciudad entre sus dos exposiciones, la Universal de 1888 y la Internacional de 1929. Es decir, entre la demolición de las mu- rallas medievales y las vísperas de la Guerra Civil: un período de pujanza económica y conflictos sociales, de riñas a sangre y fuego entre la patronal y el anarquismo, de actividades delictivas que equiparan con nota a Barce- lona al Chicago de la ley seca, de consolidación de enormes fortunas gracias a la producción industrial y a las exportaciones espoleadas por la Primera Guerra Mundial. Lo hace alrededor de la figura de Onofre Bouvila, un chico que procedente de una comarca agreste se traslada a la ciudad a punto de reinvención, donde inicia su carrera en las obras de la exposición del 88 y la termina, convertido en creso global, desapareciendo de la escena a bordo de un autogiro, en presencia de las autoridades nacionales y locales, en la exposición del 29. Y que, en su periplo vital, se ve rodeado por una serie de arquetipos literarios ya presentes en La verdad sobre el caso Savolta, y constitutivos de su reiterado elenco genérico: el hombre dominante que agita voluntades y mueve el mundo a su alrededor, el héroe accidental que se somete a sus designios, la mujer hechicera, el loco, los políticos, los po- licías, los médicos, los pobres, las prostitutas, etcétera.
La ciudad de los prodigios fue ciertamente una cumbre, al decir de muchos la más alta, de la narrativa mendocina. Pero su importancia fue más allá de lo literario. Publicada seis años antes de la celebración de los Juegos Olím- picos de 1992, adelantó ya una Barcelona de leyenda, mediante una mirada retrospectiva sobre la ciudad que revelaba su enorme potencial, su ambi- ción, su desmesura. Y convirtió en un absurdo la tarea de quienes, alum- brándose con un parpadeante farol, dicen seguir buscando la gran novela sobre Barcelona. Esta obra tuvo también, como las anteriores, gran éxito de público en España y consolidó el aprecio internacional del autor. Además del Premio Ciudad de Barcelona, logró el Grinzane Cavour en Italia y el de la revista Lire en Francia, donde fue también finalista del Medicis y del Fé- mina. Situó, en suma, a su autor en una posición superior, soberana, que ya no abandonaría. Y que le ha valido la sostenida atención del público es- pañol y la traducción a decenas de idiomas, desde los más hablados, como son el inglés, el chino, el árabe, el francés, el alemán o el italiano, hasta
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