Page 59 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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los prodigios. A ella dedicó muchos esfuerzos, alternando en Nueva York tareas literarias y las requeridas en la ONU, donde a partir de 1977 trocó la traducción por la interpretación. Básicamente, el trabajo era el mismo. Pero la labor del intérprete, que en sesiones de los distintos órganos que com- ponen Naciones Unidas debía traducir lo que decían los ponentes de modo simultáneo, exigía no sólo el dominio de las dos lenguas involucradas en la operación, sino también gran agilidad mental y buena expresión verbal. Esa era la dificultad del trabajo. La ventaja era que, dado el alto grado de concentración que exigía, las jornadas laborales, desarrolladas en exiguas cabinas, eran más breves y, por tanto, dejaban a Mendoza más tiempo para sus menesteres de escritor.
Sin embargo, los progresos en esta materia eran en ocasiones decepcio- nantes. Cuatro años después de su llegada a Nueva York, Mendoza se había hecho con la ciudad, sí, pero la ciudad, rebosante de atractivos, se había hecho también con él. Su matrimonio había conocido horas mejores y su nueva novela avanzaba muy lentamente. No estaba en una situación de blo- queo creativo, pero percibía en ocasiones su ambición como un compro- miso excesivo, como una carga desestabilizadora.
Cuando más negro está, dice el clásico, es antes de amanecer. El mo- mento epifánico, el que le permitió una reinmersión liberadora en la lite- ratura, estaba en puertas y se produciría también en 1977. Ese año, Mendoza pasó parte de las vacaciones veraniegas en Barcelona, concreta- mente en las fiestas populares del barrio de Gràcia. Todavía las recuerda como un suceso excepcional. Muerto Franco, iniciada la transición a la de- mocracia, la sociedad española atravesaba una fase de ebullición y expec- tativas, que en las estrechas y engalanadas calles de Gràcia se manifestó con balsámica intensidad.
De vuelta en Nueva York, Mendoza se encerró en su apartamento y, en poco más de dos semanas, redactó El misterio de la cripta embrujada, su se- gundo libro, la primera historia del detective majareta, sin nombre, pero al que el autor ha convenido en reconocer como Ceferino. Este sujeto es res- catado del frenopático en el que se halla recluido por un viejo conocido
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