Page 58 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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cuidadoso con su indumentaria, gustaba de patrullar los sábados. Y, por supuesto, un reconfortante clima de cosmopolitismo y libertad, en tiempos inmediatamente anteriores a la explosión de la epidemia del sida.
Mendoza y Ramos se instalaron en un pequeño apartamento de Horatio Street, con un único dormitorio y un único estar, sobre cuya mesa se alter- naban las colaciones de la pareja y los papeles del escritor. Éste pasaba tam- bién muchas horas en instituciones como la New York Public Library, en la calle 42, de nuevo documentándose, ahora para una segunda novela. Y compartía momentos de ocio con sus compañeros de departamento en Na- ciones Unidas (una pléyade de funcionarios, buena parte de ellos de origen latinoamericano), la colonia de profesionales catalanes (médicos y creado- res plásticos, en su mayoría) residentes en Nueva York o el círculo acadé- mico de Ramos, que ampliaba estudios en la New School for Social Research. Mendoza vivía pues en la capital del mundo. Pero, gracias a sus relaciones y a los materiales que barajaba para sus quehaceres literarios se- guía conectado a Barcelona, su ciudad natal y la gran protagonista de su entonces incipiente, hoy ya extensa, bibliografía.
La publicación y el paulatino éxito de La verdad sobre el caso Savolta no alteraron, al menos no en 1975, año de su aparición, las rutinas neoyorqui- nas de Mendoza. Fue, para él, un éxito de baja intensidad, lejano, del que no sería plenamente consciente hasta un tiempo después. Concretamente, hasta que en otoño de 1975 el libro tuvo su primera reimpresión; hasta que, en la primavera de 1976, un año después de su aparición, recibió el Premio de la Crítica; hasta que ese mismo año, fue convocado por su editor para que participara, en persona, en las tareas promocionales del Día del Libro; y hasta que, en una visita al banco, donde pidió retirar de su cuenta los in- gresos derivados del Savolta, el cajero se negó a entregarle «tanto dinero». Como apuntábamos más arriba, la crítica se había mostrado también uná- nimemente favorable ante su debut literario. Juan García Hortelano, por ejemplo, dijo que este libro era «un portento de amenidad y sabiduría».
Esta espléndida recepción fue muy alentadora para Mendoza, embarcado ya en la redacción de lo que, años después, se concretaría en La ciudad de
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