Page 40 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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como un lugar desolado en el que los pobres son cada vez más desgraciados y los ricos, cada vez más sinvergüenzas». Con ocasión del cincuenta ani- versario de la muerte de Pío Baroja, Eduardo Mendoza escribió que le in- teresaba este autor porque, consciente o inconscientemente, Baroja se apartaba de sus modelos decimonónicos «para acercarse a la modernidad representada por el cine de Hollywood en su época dorada, cuando el mundo y la Historia se escenificaban sin salir de los estudios, en unos de- corados tan improbables como eficaces». Lo consideraba autor de una na- rrativa popular, «que concitaba el desprecio de los más juiciosos, pero a cuyo magnetismo (una imagen fugaz, una mirada, una frase, una secuencia de acción trepidante) nadie podía sustraerse». Es importante la atención al cine y a la construcción a través de la palabra. Estas opiniones sobre el que- hacer literario de Eduardo Mendoza pueden ser completadas con la carac- terización que hizo de él Pere Gimferrer:
Desde mi punto de vista –que no ha variado entre julio de 1973 y julio de 1990– la excelencia de la escritura de Eduardo Mendoza deriva, sobre todo, de su refinadísima capacidad de ocultar -y, al propio tiempo, dejar adivinar en filigrana, tras el barniz de lo paródico- al escritor sumamente elaborado, sabio y complejo que hay en él, y que sólo a trechos y ráfagas fugaces se manifiesta abiertamente en sus novelas publicadas, aunque do- mine en cambio en su única obra teatral, Restauració.
Me gusta pensar que en Mendoza tantas veces el punto de partida es una imagen, una foto-fija de un viejo film, una página de una vieja revista ilus- trada; es un punto de partida y de llegada. El desencadenante de la imagi- nación que la palabra se encarga de alargar y revestir, con un lenguaje paródico, pero que en el fondo oculta una mirada melancólica y encantada acerca de viejas realidades. La palabra, la intervención e invención literaria, manipula y transforma, construyendo así una nueva imagen, las huellas que quedan en la retina del lector. Sólo un lector tipo Funes el memorioso recordará todos y cada uno de los episodios, las palabras, de, por ejemplo, La verdad sobre el caso Savolta. La mayoría de lectores procederá a una se- lección reductiva que concentra el espíritu de la novela: unas escenas, unas frases, unas imágenes. Que tienen una base real, pero que son del todo nue-
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