Page 28 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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opinaba, un mensaje cargado de misterio y secreto. Así nos tuvo un buen rato, hasta que nos dimos cuenta de que nos estaba tomando el pelo. Eduardo siempre ha detestado la pedantería cultural, la arrogancia de los intelectuales que creen saber más que los demás, la vanidad de los entendidos.
En ese primer encuentro aprendí una excelente lección de modestia. No hubo muchas más antes de que Mendoza emigrara a Nueva York en 1973. Sólo durante los veranos coincidíamos a veces en una timba de póker que había montado en el pueblo marítimo de Caldetas uno de nuestros cono- cidos y en la que todos nos dedicábamos a desplumar a Enrique Lacalle, futuro concejal del ayuntamiento barcelonés, que era rico y muy buena per- sona. Por aquellos años, a partir de 1967, Eduardo fue asesor jurídico en el Banco Condal, uno de esos instrumentos, hoy tan conocidos, creados para el enriquecimiento ilícito de los políticos. Aquel chiringuito era de Porcio- les, el alcalde de Barcelona, tan corrupto como los actuales, pero más sim- pático. No obstante, antes del Condal, el proceso que le cayó en suerte a Mendoza y sobre el que estuvo trabajando hasta los años setenta, se conoce como el caso Barcelona Traction y ha pasado a la historia jurídica como un proceso particularmente enmarañado. El laberíntico conflicto se puede se- guir por internet.
Todo conspiraba entonces para que Mendoza se convirtiera en un nove- lista. Durante su paso por el caso Barcelona Traction había conocido los mecanismos de una enorme intriga económica internacional cuyas pesqui- sas le llevaron a La Haya y a Laussane. Más tarde, cuando ingresó en su asesoría jurídica, el Banco Condal era, en sí mismo, una novela de corrup- ción y latrocinio donde aprendió el lenguaje, las argucias y las añagazas le- gales que manejaría en sus novelas posteriores. Además, tenía como colega a Diego Medina.
Quizás no hayan ustedes prestado atención, pero, si se fijan, verán que La verdad del caso Savolta está dedicada a Diego Medina. ¿Y quién era Diego Medina? Era éste un hombre de mediana estatura, bigote a lo Emiliano Za- pata, eterna corbata con manchas, sudores cuantiosos y una inteligencia fuera de lo común. Fue el consejero áulico de Mendoza durante todo el pe-
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