Page 30 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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La novela editada en 1975, sin embargo, era el resultado de muchos años de trabajo. Esta es otra declaración personal del autor:
El Savolta lo empecé y acabé mientras trabajaba en el Banco Condal. Allí Diego ejercía de maestro. Al acabarlo, paseé el manuscrito por varias edito- riales que me lo devolvieron amablemente. Y con razón, porque era el doble de largo de lo que es ahora. Lo fui recortando y puliendo y en 1973, creo que en julio, Pere Gimferrer, que había entrado en Seix Barral un año antes, des- pués de la defenestración de Carlos Barral, lo leyó, lo recomendó y la editorial compró los derechos. En octubre me fui a Nueva York, dejando la novela en manos de (si no recuerdo mal) Gonzalo Pontón, entonces director de Seix. Pasaron los años y entró en Seix José Ma Carandell, leyó el manuscrito y de- cidió publicarlo el día del libro del 75. Estos eran los ritmos de entonces. La primera crítica importante fue la de Joaquín Marco, que salió en La Vanguar- dia al cabo de un año, en 1976. Por suerte yo llevaba años en Nueva York y no me enteraba de nada. Qué risa.
Quizás merezca la pena extenderse un poco sobre esta primera narración de Mendoza dada la importancia que tendría para el desarrollo de la novela contemporánea española. Cuando la escribió, Mendoza era un muchacho de veintitantos años. El calvario de la redacción, que llegó a tener mil folios, es rigurosamente juvenil. Ha de tenerse en cuenta que casi coincidió con la muerte de Franco y que antes de esa muerte los escritores habían redac- tado sus novelas mirando de reojo al fraile trabuquero que vigilaba por en- cima del hombro a cuantos sabían escribir en este país. Buena parte de la literatura posterior a la guerra civil era «comprometida», es decir, dirigida por las buenas intenciones de una causa irremediablemente perdida. Los mejores se exiliaron en la perfección técnica, como Benet o Ferlosio, lo que no les salvaba de los mordiscos del Régimen. Así y todo, la obra magna de Benet, Herrumbrosas lanzas, fue otro intento de ganar la guerra civil por es- crito.
En su novela, Mendoza retrataba la Barcelona canalla, delincuente, ma- fiosa, del despegue moderno, en una habilísima adaptación de sus dos maestros perennes, Baroja y Valle Inclán. Era una Barcelona más real que el artículo de lujo de dudosa calidad que se empeñó en vender el Ayunta-
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