Page 26 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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letariado o más bien al lumpen. Un esquema que ha cambiado radicalmente e incluso está ahora boca abajo porque en la parte alta viven los mafiosos rusos, en la baja los turistas y en el Ensanche se amontonan los verdaderos barceloneses que no han querido huir de la capital.
Tan es así que la Barcelona de Mendoza, aunque a veces se sitúa en el siglo XIX, es más contemporánea que la de Laforet, porque, dejen que lo diga al principio de todo, Mendoza es un autor satírico y esa es su más exacta característica. De modo que la Barcelona de los Prodigios no es sino una sátira de la Barcelona de los Juegos Olímpicos y la del Caso Savolta es la Barcelona canalla y putrefacta de la corrupción empresarial y política. Por lo tanto, actualísima.
Debo advertir a los presentes que soy muy amigo de Eduardo, lo que no me impide ver todos sus defectos. Bien es verdad que no le conozco nin- guno, pero si los hubiere, se lo habría comunicado de inmediato, no les quepa ninguna duda. De modo que no crean que esta va a ser una pura as- persión de incienso. Va a ser un retrato lo más exacto posible. Soy como aquel fotógrafo del Far West que seguía a Billy el Niño, fascinado por la personalidad del criminal y negociando constantemente su retrato. Cierta- mente, Mendoza no es un asesino, ni siquiera es el escritor más rápido al sur del río Pecos, pero poco le falta.
Volvamos, por lo tanto, a ese adjetivo que le he colgado, el de escritor satírico, que es lo que más cerca le sitúa de ser un criminal. No es excesi- vamente larga, en España, la tradición de literatura humorística. Por su- puesto, todos pensamos de inmediato en Quevedo, pero el suyo es un humor malevolente y amargo. Y en los tiempos modernos el humor español se hizo disparatado: es el de Jardiel Poncela, Pedro Muñoz Seca, Álvaro de Laiglesia. El humor de Mendoza es de otro calibre y se asemeja al que abunda en el mundo anglosajón. Sólo por citar algunos, piensen en Dic- kens, Evelyn Waugh o John Kennedy Toole. Es un humor socarrón, pero compasivo. Si Mendoza no se me enfadara yo diría que desciende directa- mente de Cervantes, pero esta comparación le parecería fuera de lugar, exa- gerada y, en cierto modo, banal.
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