Page 94 - I estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las Marianas y la cultura chamorra
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voluntario más a la llegada a Guam, pero no se menciona en la carta.
En pocos años la complejidad crece incluyendo en las remesas de «españoles» a soldados y convictos pe- ninsulares de Castilla, de Galicia, del País Vasco. Llega- ron jesuitas de España, de Portugal, de Italia, de Bélgi- ca, de Alemania o de los Países Bajos. Algunos llegaron de Nuevo México o del Perú, criollos o mestizos. De las Filipinas llegaron pampangos, tagalos y bisayas. Se les unieron algunos chamorros de diversos clanes y linajes y, por último, llegaron algunos esclavos africanos. A la complejidad y los movimientos entrópicos que genera la introducción de personas físicas de tan variados orí- genes, es necesario añadir la introducción de personas espirituales (Atienza, 2017).
La religión del pueblo chamorro, como la de gran parte de las culturas austronesias, estaba orientada casi exclusivamente hacia el culto a los antepasados, que junto a la contemplación de ciertas prohibiciones ri- tuales, concentraba la mayoría de los esfuerzos religio- sos de los indígenas marianos, ya que eran entendidos como origen de una fuerza que debía de ser canaliza- da. Los líderes espirituales o médiums –makahnas– fa- cilitaban la conexión con los espíritus –anite– de los antepasados, de los que se guardaban los cráneos des- carnados para, a través de ellos, establecer el contacto con sus espíritus y evitar ser castigados o recibir bendi- ciones. A los espíritus de los antepasados se le añadían algunas divinidades mayores asociadas con la creación del mundo como Puntan y Fu’una y algunos espíritus dañinos de la jungla (Flood, 2001).
Los galeones españoles desembarcaron una gran multitud de seres espirituales que comenzaron a for- mar parte de la población pneumática de las islas Ma- rianas. En primer lugar, incorporaron nuevos ancestros al paisaje espiritual de la isla aportando nuevos muer- tos. Pero también, los barcos españoles, tal y como podemos leer en las armas de la misión iniciada por Diego Luis, transportaron a los arcángeles incluido san Uriel y sus príncipes asistentes, al Espíritu Santo, a san- ta Ana, a san Joaquín, a san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier y, por supuesto, a Jesús y a su madre María3. Esta última, cumplirá un papel fundamental en
los procesos de asimilación y evangelización, debido a la orientación matrilineal de los sistemas de parentes- co chamorros.
La tendencia general de los jesuitas en el siglo xvii fue de mantener las festividades y costumbres paga- nas, siempre que no supusieran la práctica de peca- dos mortales, pero resemantizadas dentro de prácticas cristianas. En el caso de las islas Marianas, por ejemplo, los jesuitas encontraron gratificante y signo de la posi- bilidad de conversión de los indígenas la creencia en un infierno –sasalåguan– donde eran olvidados y ter- minaban sufriendo para siempre aquellos que habían muerto de una mala muerte o muerte violenta. Aun- que si bien los indígenas marianos no consideraban los aspectos morales de la vida del difunto como condi- ción de su destino post-mortem sino solo la forma de la muerte, los jesuitas usaron esta palabra, sasalåguan, como sinónimo chamorro del «infierno» latino (Atien- za, 2017; Coello de la Rosa y Atienza, 2020). Tanto el cielo indígena, la inclusión dentro de la línea de ante- pasados, como el infierno, el ostracismo y la expulsión de esta, fueron integrados dentro de una cosmovisión cristiana propia del mundo ibérico que portaron los misioneros del siglo xvii generando algo nuevo que, en cierta medida, ha transcendido hasta nuestros días (Coello de la Rosa y Atienza, 2012).
Teniendo presente todos estos procesos de transfe- rencia y negociación, podemos y debemos cuestionar el discurso oficial histórico que ha reducido la com- plejidad del primer contacto en el Pacífico insular a un episodio maniqueo y genocida que aniquiló en pocos años la cultura chamorra dejando tras de sí un paisaje desolador (Atienza, 2013b). La realidad del contacto y de la interacción entre «ellos» y «nosotros» transciende totalmente una compresión dialéctica de la historia, para manifestar la extrema complejidad generativa que tuvo este primer contacto. Hoy como ayer, las cultu- ras cambian con los hombres, sus pasiones, sus deseos y su voluntad. Todo impulso colonial atenta contra la libertad del hombre y por lo tanto contra su esencia, pero casi nunca alcanza a destruirla y de alguna mane- ra termina generando nuevas formas de ser y estar en el mundo.
2 HUGUA. EL PERIODO COLONIAL
3 Colección privada de las cartas de Manuel de Solórzano. Documento no 13.