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 Figura 26: El martirio de Diego Luis de San Vitores, monumento en Tumon, isla de Guåhån. Fotografía: Alexandre Coello de la Rosa.
Figura 27: Vida y Martirio del venerable padre Diego Luis de San Vitores (...). Publicado en Madrid en 1683. Imágenes procedentes de los fondos de la Bi- blioteca Nacional de España.
Bernal, Manuel de Nava y Pedro Calungsod (Bisaya)20. El «jefe» de los forasteros, Diego Luis de San Vitores, también fue asesinado (AHCJC, EI-b-9/5/1-7: «Martirios y varones ilustres», EI b-9/5/2: «Martirios, naufragios, &.», hojas sueltas). El 2 de abril, mientras bautizaba a una niña llamada María Assión en la playa de Tumón (o Tun- jón), en la isla de Guåhån, el misionero fue atacado por el padre de la pequeña, Matapang (o Mata’pang), por bautizar a su hija en contra de su voluntad. Matapang atravesó el pecho del jesuita con una lanza mientras otro atacante, Hurao, le partía el cráneo con un arma parecida a un sable corto («Historica narratio illorum (1668-1673)» en Lévesque, 1995a: 52-53).
Los panegiristas como Andrés de Ledesma (1671- 1675)21 se esforzaron por presentar a los misioneros jesuitas como víctimas del abuso injustificado de los chamorros. Enfatizando las ocasiones en las que los nativos habían atacado con piedras o lanzas a los mi- sioneros, orquestaron una imagen exagerada de la belicosidad de los nativos, al tiempo que ensalzaban la conducta heroica de los padres jesuitas (Ledesma, 1670, fols. 8r-9r). Esto contribuyó a la construcción simbólica de la frontera, que se apuntalaba en la re- presentación de sus habitantes como bárbaros (Giudi- celli, 2005: 157-73). Como parte de esta construcción, las hagiografías presentaban a los torturadores de los jesuitas como seres malvados por naturaleza, en con- traste directo con el discurso ortodoxo de los jesuitas como intrínsecamente buenos. La representación de quienes se resistían violentamente a la evangelización como antropófagos, idólatras y violentos fue un pro- ducto literario de los hagiógrafos jesuitas. Al atribuir tal «barbarismo pragmático» a los asesinos de sus her- manos, los colocaban en lo más bajo del escalafón del género humano (Rubial, 2011: 212). Así, al carecer los recalcitrantes nativos de humanidad alguna, ocupaban un estado presocial diametralmente opuesto a la mo- ralidad «humana y cristiana» (Giudicelli, 2005: 157-73). Esta inversión se hizo explícita en las crónicas sobre los martirios de los misioneros asesinados en Améri- ca, que seguían una convención narrativa por la cual las religiones nativas se describían como inversiones diabólicas de los rituales cristianos (católicos) (Ahern, 2007: 279-98). Era este un recurso recurrente que re- flejaba la interpretación jesuita de la nueva realidad
20 Para más información sobre la vida de Pedro Calungsod, beatificado por el papa Juan Pablo II el 5 de marzo del 2000, ver: (Mojares, 2000: 34-61). 21 Ledesma nació en Cartagena el 16 de enero de 1610. Se unió a la Com- pañía de Jesús el 6 de diciembre de 1627 y pronunció los cuatro votos el 7 de diciembre de 1650. «Primus catalogus anni personarum anni 1672», ARSI, Philipp. 2-II, Cat. trien.: 1649-1696, fol. 360r.
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La semilla de los mártires y el martirio en las Marianas (siglo xvii)
  



























































































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