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2 HUGUA. EL PERIODO COLONIAL
colonial como una guerra permanente entre los hijos de Dios y los seguidores de Satán22.
Según esta lógica, las muertes de los jesuitas no eran derrotas, sino victorias: para promover el fervor evangélico entre los miembros de la Compañía, los hagiógrafos siempre describieron a los muertos como «héroes religiosos» cuyas violentas muertes resultaron jubilosas y felices. Los sacrificios de los mártires eran redentores, ya que, de acuerdo con el Evangelio se- gún san Mateo (10:32, 39), a quien pierda su vida en nombre de Cristo se le concederá la vida eterna. En palabras del padre Manuel de Solórzano (1649-1684),
«Y finalmente, porque están regadas con la sangre de tan ilus- tres mártires, tres de la Compañía, padre Diego Luis de San Vitores, padre Luis de Medina y padre Francisco Ezquerra y otros catorce seculares compañeros de los padres en nuestra misión. Esto me tiene con tanto aliento que nada se me pone delante dificultoso, pues aún en lo que es más difícil hallo muy mayor alivio que es el morir por Jesucristo. Y así me en- trego a los peligros de los mares y de la tierra con grande se- guridad y confianza porque sé que ni el mar, ni la tierra, ni los ángeles, ni los hombres me pueden hacer mal si Dios no les da licencia y si se la diese a alguna criatura, sabré que muero por que su Majestad quiere y en esto se habrá cumplido en
66 mí su santísima voluntad» (Carta de Solórzano a su padre, 20 de febrero, 1676, cartas, fol. 115r; Coello and Atienza, 2020).
Los discursos sobre el martirio a menudo pre- sentaban a los mártires como héroes, caracte- rizados por sus acciones ejemplares y virtudes incorruptibles, haciendo hincapié en sus dones sobrenaturales siempre que existía un patrón co- herente de dichos elementos (García, 2004; Aran- da, 1690; Boye, 1691). El martirio no se lograba, a fin de cuentas, únicamente con una muerte vio- lenta, sino que la causa de dicha muerte debía ser la fervorosa devoción religiosa. Era un regalo divi- no que garantizaba la salvación, una hazaña que, tras la muerte de los padres Medina y San Vitores, muchos de sus hermanos, incluido el joven padre Solórzano y los padres jesuitas que también murie- ron durante la Segunda Guerra Chamorra (1684), esperaban imitar (imitatio) (Strasser, 2015: 573-77; Strasser, 2020: 32). Sin embargo, como señaló Bro- ckey, existe una clara paradoja: mientras que la vas- ta mayoría de los mártires que murieron en nom- bre de la fe en Japón eran seglares y mujeres, los registros históricos se centraban principalmente en la muerte de los sacerdotes y frailes. Como apun- ta, «el motivo reside en el hecho de que los legos no eran responsables de promover el culto de los mártires; los miembros de las órdenes religiosas sí lo eran, y estos autores primero conmemoraron a los suyos» (Brockey, 2017: 210).
22 Ines G. Županov ha estudiado cómo los hagiógrafos de san Francisco Javier ilustran esta necesidad de «organizar y explicar» las posesiones de Portugal en Asia en términos providenciales y mesiánicos (Županov, 1995: 135-61).