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de pistas mediante el aprendizaje automático, las posibilidades son infinitas. Este cambio de paradigma no solo redefine la relación entre la tecnología y la creatividad, sino que también plantea preguntas profundas sobre la naturaleza misma de la música y su papel en la sociedad.
Imaginen esto: un compositor sentado en su estudio, con una taza de café humeante y una computadora que no solo es su compañera, ¡sino su musa electrónica! Gracias a la inteligencia artificial, ahora pueden crear demos de cancio- nes que suenan como si fueran interpretadas por el mismísimo Frank Sinatra o por Beyoncé.
Pero ¿cuáles son los beneficios de esta nueva ola de composición musical asistida por inteligencia artificial? En primer lugar, los compositores pueden adaptar sus creaciones al estilo y tono vocal de sus artistas favoritos. Es como tener
un ejército de imitadores digitales listos para hacer brillar cualquier canción. Además, el proceso puede durar menos que una canción de los Ramones; nada de buscar cantantes de demo o grabar una y otra vez. Con la IA, un clic y ya tienes tu maqueta de calidad suprema lista para presentar a los sellos y las editoriales, algo que ahora solo está al alcance de productores y compositores con cierto renombre o de artistas emergentes con cientos de miles de seguidores en sus redes sociales (si no, es muy difícil que una discográfica se moleste en escucharte).
Pero, claro, no todo es tan sencillo como apretar botones mágicos. El gran desafío es el entre- namiento de estos algoritmos de inteligencia artificial. Resulta que a veces se alimentan con material con derechos de autor sin que nadie se entere. La legalidad de este asunto aún se está cocinando en la olla de la controversia y todavía no hay una legislación específica. Hoy en día
los derechos de autor solo pueden proteger el contenido creado por un ser humano y, aunque se está debatiendo este asunto en la Organiza- ción Mundial de Propiedad Intelectual, aún no hay legislación establecida.
China, que está a la cabeza de la IA, ha vivido
un caso conocido como «Filin frente a Baidu»
en el que las autoridades se han decantado por considerar la obra de dominio público al no ser lo suficientemente original. Esto, al final, no satis- face a nadie, pues el autor en cuya música se ha basado la IA no percibe ninguna compensación
y, por otro lado, esto desmotivará el desarrollo de nuevas tecnologías, pues el esfuerzo «no les renta».
El nuevo paradigma redefine la relación entre la tecnología y la creatividad, y plantea preguntas profundas sobre la naturaleza misma de la música y su papel en la sociedad.
Alejandro Touriño,5 socio director de Écija, declaraba a la web Xataka que «la literalidad de la norma arroja dos interpretaciones: de un lado, entender que la obra resultada de la IA no se encuentra protegida por derechos de autor; o, de otro, entender que el autor y titular de la obra creada por la IA es el dueño de la propia IA que produce las creaciones».
Este año, aparte del experimento con los Beatles hemos asistido a diversos ejemplos de la interac- ción de la IA en la composición de canciones.
El primero fue la canción de Drake & The Weeknd (dos artistas en el Top 5 de escuchas en Spotify) Heart on My Sleeve, que un fue exitazo. 625 000 reproducciones en Spotify, 275 000 visi- tas en YouTube y lo mejor de todo, 15 millones de reproducciones en TikTok y más de 20 millones en X. A sus fans no pareció importarles mucho que todo fuera obra de un usuario llamado Songwriter977 tirando de IA, pero a su discográ- fica y a su editorial, sí, y la oleada de demandas contra las diferentes plataformas hizo que la canción prácticamente desapareciera, pues, según ellos, «entrenar a la inteligencia artificial generativa usando la música de nuestros artis- tas representa tanto una ruptura de nuestros
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