Page 115 - Anuario AC/E de cultura digital 2018
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preferencias de lectura apuntaban al formato impreso. El principal hallazgo de la investigación, no obstante, fue que aproximadamente el 70 % del tiempo total de lectura de estas personas
se invirtió en medios digitales, lo que pone de manifiesto un claro desfase entre el comporta- miento real de lectura y la preferencia declarada en la muestra analizada.
Complementariedad desde la diferencia
Aunque, si bien es cierto que el patrón de lectura cambia de lo impreso a lo digital, en el sobrevolar de trastos de uno hacia el otro lado, en el cruce de puntos fuertes y débiles entre el papel y la pantalla, se puede apreciar como en muchos casos la lectura impresa y la digital muestran un similar comportamiento en algunos aspectos y,
a la postre, comparten una misma finalidad. El lector, en uno y otro caso, busca disfrutar de una historia, deleitarse con las palabras y las imáge- nes; persigue cierta información que necesita para elaborar un informe académico, profesional, resolver un problema práctico, conocer, com- prender, entender algo o entenderse a sí mismo.
Leemos por muy diferentes motivos y buscamos en la lectura respuestas a muy diversas cuestio- nes. Según cada propósito acudimos a un tipo de obra, sea un diccionario, una enciclopedia,
un manual, una novela o un libro de poemas. Cada una de estas obras requiere desplegar una particular estrategia de lectura, una búsqueda puntual, una lectura lineal, un repaso en diagonal o una lectura profunda. También la elección
del medio será relevante en unos casos, y un formato nos reportará mayores ventajas frente a otros. En otros casos, ambos se pueden ajustar al objetivo perseguido y serán las preferencias
o las circunstancias del momento los factores que marquen nuestra elección. Conviene pues despegarse de las máximas que aseguran que la obra en papel o la digital sean siempre lo mejor para todo y para todos.
El juego de las diferencias
La presencia de las interfaces sería una primera y marcada diferencia. La lectura digital requiere de dispositivos electrónicos y de aplicaciones de lectura para poder acceder al contenido de las obras. La gama es amplia en dispositivos, desde los específicos a los ordenadores, las tabletas o los smartphones; la panoplia de aplicaciones también lo es, como Ebook Reader, iBooks, Kindle, Kobo, Numilog o Wattpad, por citar algunas de las más relevantes. Y, ligada a las in- terfaces, la lectura adquiere también flexibilidad, en cuanto a la posibilidad de sincronización entre varios dispositivos, la lectura en streaming, la lectura compartida o la lectura social. La elección de la interfaz, en todo caso, es importante, pues como puerta de entrada a los contenidos condi- ciona la manera de acceder a ellos, su disposición y la forma que estos adoptan; ofrece diferentes modelos y posibilidades de interactuar con las obras.
La interconexión de códigos es otro de los as- pectos que caracterizan la obra digital. En ella el texto escrito pasa a estar en condiciones parejas a otros códigos como el sonido y la imagen fija o en movimiento. También en la obra impresa
el texto puede establecer variados e intensos diálogos con las imágenes y en determinadas tipologías, como el álbum, el cómic o la novela gráfica, pierde la supremacía cediendo terreno
a los elementos gráficos. Pero en el caso de la obra digital esta hibridación se intensifica, de tal modo que las imágenes no solo se miran sino que se pueden modificar de tamaño, amplián- dose para acceder al detalle, y se abren, además, a diferentes opciones de interactividad. Es un efecto aglutinador e integrador de contenidos antes disgregados en el que «textos, imágenes, sonido o audio comparten el mismo código digital basado en combinaciones de ceros y unos»9, tal y como lo define Manovich desde la perspectiva computacional.
El texto plegado e hipertexto, interconexión y apertura son elementos clave y definitorios de
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El lector en la era digital