Page 97 - Actas Afrancesados y anglófilos
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no encontraban en ellas su preferida, como le pasó a una petimetrísima que entró acompañada de dos petimetres.El camarero le preguntó a nuestra exquisita dama “de qué gustaba”, ella le contestó que si había sorbete de tamarindos: el gañán respondió que no, que sólo lo había de fresa y de melón de agua. La tal madama dijo a sus acompañantes que nada de lo que había era grato a su apetito, que la horchata le entorpecía considerablemente los ácidos del estómago, el limón le excitaba las partes alcalinas y biliosas del vientre, que la naranja con las partículas criminosas le usurpaba todos los intersticios del húmedo radical, que la leche era en exceso emoliente y que le engendraba unos flatos demasiado incómodos, y que la fresa le liquidaba los sueros de la sangre y le alteraba soberanamente el movimiento de la circulación en las venas capilares.Raro es el carácter de usted”, dijo uno de los petimetres. “Así es, yo me he educado con las maneras más finas y en todas mis cosas me manejo por los resortes de una particular extravagancia y delicadeza. Hallo no sé qué de tosco y grosero en las producciones nacionales, y solo me elastizan las ideas e inventos de los extranjeros, tanto para la mesa como para el ornato exterior. Todo lo ultramarino y forastero tiene para mí un aire elegante y vigoroso que me hace concebir un soberano desprecio de todas las cosas que sirven al uso de la baja plebe, y así todo lo que no viene de París, Londres o Ámsterdam es para mí enteramente contenible.Pues madama arribaremos al Café Imperial que acaso allí daréis con algo.En fin, las ricas, títulos y petimetras, ya atardecido, a la salida del teatro, toros, botillerías o alojerías, donde se han tomado algunas bebidas extravagantes como esta petimetra, se vuelven otra vez a la casa, para comenzar las reuniones nocturnas, el juego, baile, tertulia, etc. que de todo y a todas horas había, para el final comenzar con el protocolo de la cena a horas intempestivas.La costumbre cristiana de rezar el rosario antes de irse a la cama, hace que algún contertulio, de procedencia provinciana, lo recuerde, pero en este ambiente de elites afrancesadas no tiene éxito. Le llaman “insociable porque es muy reparable hablar de devociones en públicas funciones”.Concluida la fiesta, retirados los petimetres y petimetras a sus casas, empleaban tanto tiempo para despojarse de sus complicadas galas, como el que habían gastado en adornarse. “Mientras que se desarmaba la cabeza de la dama, abatiendo el enorme erizón y escofieta... en la frente de su esposo, se destruían baterías de rizos, que se envolvían en algodones”.Y después de dar cuerda a los relojes de faltriquera, según un autor dieciochesco nos comenta:Se acuestan en un lecho,entre lienzos, tapices y brocados, y sin gusto ni provecho, sumergidos duermen en lana, pluma y seda sofocados.4