Page 96 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Todas estas leyes, que nos recuerdan un verdadero vasallaje del cortejo respecto de la cortejada, son admitidas de buena gana por el petimetre madrileño.Pero veamos como se levanta y se arregla otra petimetra afrancesada:Por la mañana toca la campanilla de los vapores, porque tiene de ellos alrededor de la cama para todas las enfermedades y todos los lances: corren en tropa las criadas, y al instante esta señora voluptuosamente enferma recobra sus espíritus en un caldo delicioso, caldo aromático. Después la salud vuelve poco a poco: se sonríe tres veces, pide noticias del día, da una ligera ojeada sobre un libro chistoso, lee dos renglones y habla enseguida media hora. Entra el médico, toma el pulso que halla un poco alterado, verifica la regularidad de los latidos del corazón, dice algunas chanzas, y cuenta algunas historias del día anterior. En fin, llega la hora de levantarse, es medio día, apoyada de dos criadas se va a sentar en una silla cómoda y magnífica, bosteza allí dos o tres veces; cierra aún un poco los ojos como si quisiera dormitar, porque la moda es necesitar una hora de reposo cuando se han dormido diez.Vuelve a despertar de nuevo, y pide un espejo, y exclama que está tan fea que causa miedo. Se pone una bata, se lava con algunas pastas y se empapa en olorosos perfumes, luego se hace rizar otra vez el cabello. Pero no termina todo aquí, pues acto seguido se pone unos parchecitos, y se limpia los dientes, besa a un canario, acaricia a su faldero, de rato en rato regaña a los criados, y en fin da un golpecito de abanico sobre el indiscreto brazo de un conocido que asiste regularmente a su tocador, y que por supuesto, no es otro que su cortejo.Como podemos apreciar, el cortejo no se desvía en ningún momento de su dama.En definitiva, después de todas estas ceremonias mañaneras y luego de haber desayunado y oído misa de once, comenzaban las tertulias o las visitas de circunstancias, para luego ir a la comedia, y a la salida de la misma, a mirar y ser vistas en el paseo del Prado.Algunas, no pasean por el Prado y se van a casa, después de la función, incluso antes de que termine la comedia, como una petimetra con aires de bachillera que sin saber que hacer en el ocio de la tarde se le ocurre escribir confidencialmente y al uso afrancesado, a una amiga. Así comienza la carta en cuestión, de una de estas petimetrísimas:Hoy no ha sido día en mi apartamento hasta medio día. Tomé dos tazas de té, púseme una bata y bonete de noche. Hice un tour por mi jardín y leí cerca de ocho versos del segundo acto de Zaira. Vino Mesier Lavanda, empezé mi toileta. No estuvo el abate. Mandé pagar mi modista. Pasé a la sala de compañía. Entró un poco de mundo, tiré las cartas, jugué al pique. El maitre del hotel avisó. Mi nuevo jefe de cocina es divino, él viene de arribar de París. La carpandana, mi plato favorito, está delicioso, tomé café y licor. Otra partida de quince, perdí mi todo. Fui al espectáculo, la pieza que han dado es execrable, los actores pitoyables. Es menester tomar paciencia porque es preciso matar el tiempo. Salí al tercer acto. Tomé de la limonada. Entré en mi gabinete. Mi hermano no abandona su humor de misántropo, él siente todavía furiosamente el siglo pasado.Dicha carta aparte de introducirnos en el conocimiento de un determinado código de las petimetras afrancesadas, nos refleja el cambio de mentalidad que se había operado en muchos de nuestros antepasados.Algunas otras petimetras, las más, después de haber lucido su garbo a pie o en berlina por el famoso paseo del Prado, y antes de irse a casa, van a tomar algo a las botillerías donde había una amplia variedad de bebidas, pero muchas damas a la moda,3