Page 94 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Las petimetrasJuana Vázquez MarínEl siglo XVIII con la llegada de los Borbones y el nacimiento del movimiento ilustrado supuso un cambio de mentalidad que se va a impulsar a través de la corte. Dicho cambio, abrirá una brecha en la característica austeridad castellana, modificando los esquemas tradicionales de las minorías adineradas. Con los Borbones es de dominio público que nuestra cultura, e incluso nuestros usos cotidianos sufrieron una alteración entrando en la órbita de lo francés. Las elites españolas se afrancesan y cambian su estilo de vida, sus fiestas, coches, modas, trajes, bordados, encajes, joyas, porcelanas, sus relaciones sociales, tertulias , bailes espectáculos, etc.En definitiva, un afán incontrolado de modernidad se registró en ciertos sectores minoritarios de la alta sociedad española. Dicha actitud se representó particularmente en la mudanza de indumentaria y relaciones sociales que experimentaron buena parte de las españolas y españoles, sobre todo los residentes en las grandes capitales como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao.Este clima de transformación hacia todo lo francés, lo enfoca un autor anónimo de la época con esta coplilla:Amigo si no me mienteel concepto que he formado se escapó el tiempo pasado del miedo al tiempo presente, es otro mundo, otra gente otros aires, otros tallestal que estoy en la creencia que París vino a Valenciay Valencia fue a Versalles.Aunque bien hubiera podido decir- pues ya sabemos que el XVIII es un siglo centralista- que París vino a Madrid y Madrid se fue a Versalles.Estas costumbres, estos aires y estos talles, vamos a seguirlos en las petimetras madrileñas, cuando no muy de mañana se incorporan a la vida cotidiana (petimetras era el nombre que recibían nuestras afrancesadas o amantes de todo lo extranjero).A eso de las nueve empiezan a abrirse las casas de las gentes principales. Entonces comenzaba el proceso de vestirse, peinarse y acicalarse, que era toda una ceremonia y no podía hacerse a la ligera.Así dicen los escritores coetáneos de estos primeros pasos en el aseo mañanero de las afrancesadas: “Se mudan de ropa interior, si es invierno, siete veces no más a la semana y catorce si es tiempo de verano, que debe ser de Holanda y perfumada. Para lavarse se estila el mismo dengue, agua de olor en una palangana, que debe ser francesa, por supuesto, pasta de almendra con jabón de Chipre y toallas con encajes y bordados...” y así decenas de cachivaches, sin que faltara ni un detalle al servicio del acicalamiento femenino.Después, tenían que colocarse la cotilla - una especie de faja con ballenas para comprimir pecho y cintura-, oficio en el que pasaban buena parte de la mañana y en el que se veían obligadas a recurrir al servicio.1