Page 93 - Actas Afrancesados y anglófilos
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explica que un pueblo como el español, sobre cuyo concepto del honor matrimonial parece ocioso insistir, hubiesen arraigado ni aun minoritariamente costumbres semejantes?”.Puede, en parte, explicarse si se abandona la despectiva opinión impuesta por sus críticos y se analiza el fenómeno como una posibilidad surgida al ponerse en entredicho, por unos años, ese honor patriarcal del hombre español y, sobre todo la sumisión tradicional de la mujer española. No se podía esperar que el libertinaje existente en ciertos ámbitos franceses se proyectara, por igual, también en España, pero sí que un pálido reflejo del mismo se manifestara en alguna forma de tolerancia hacia la vida privada de las mujeres casadas. Y ello no sólo como un préstamo cultural venido del exterior, también la situación española demandaba otros estilos de convivencia y sociabilidad. Durante esos años, lo masculino y lo femenino parecieron no militar en polos opuestos. No se trataba de que la mujer hubiese conquistado un territorio de mayor libertad, sino de reducción en el ancestral distanciamiento de los atributos y funciones asignados a uno y otro género. Badinter lo ha expuesto muy claramente: “Por una parte, los valores viriles se esfuman, o por lo menos dejan de manifestarse. Por otra parte, los valores femeninos se imponen en el mundo de la aristocracia y de la alta burguesía. La delicadeza de las palabras y de las actitudes vence al carácter tradicional de la virilidad. Puede afirmarse que entre las clases dominantes el unisexismo gana la batalla al dualismo oposicional que caracteriza al patriarcado”.Este despliegue realizado por la mujer para introducirse en territorios hasta entonces reservados a lo masculino vino a conocerse como marcialidad, palabra ya de por sí suficientemente explicativa de haber acogido valores colindantes con el riesgo, la audacia y la seguridad en sí misma. El fenómeno debió alcanzar tal envergadura que, al considerarse excesivo, despertó el recelo de los avaladores de una modernización pausada, timorata y prudente, como la representada por La pensadora gaditana, uno de los órganos de prensa más influyente en su momento y que no escatimó sus críticas ante los desbordamientos, expuestos en los cortejos, por mujeres seguras y marciales.Por tanto, la ignorancia que se tiene sobre este tipo de costumbres es una ignorancia consentida. Apenas se ha removido este paréntesis histórico del afrancesamiento moral, en el que se toleraron juegos amorosos que dieron pie a moderadas rupturas y transgresiones, todo ello en búsqueda de un mayor hedonismo. Un hedonismo placentero, del que estaban excluidos, desde luego, los grandes arrebatos amorosos y los celos. Para darle entrada a las grandes pasiones, llegaría décadas más tarde el Romanticismo, pero antes el cortejo había facilitado un tipo de relación entre mujeres y hombres en la que merecería la pena adentrarse e investigar más detenidamente.3


































































































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