Page 91 - Actas Afrancesados y anglófilos
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El cortejo: algo más que un síntoma de afrancesamientoAlberto González TroyanoLa moda, la vestimenta, el peinado y el uso de la lengua fueron los símbolos más utilizados para mostrar la incidencia de los hábitos franceses en la España de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Tal como explicó Manuel José Quintana: “Comíamos, vestíamos, bailábamos y pensábamos a la francesa”. Durante esas décadas, en unos ambientes sociales limitados pero influyentes, quedaron en suspenso costumbres y tradiciones nativas y fueron desplazadas paulatinamente por otras llegadas del exterior. Los aspectos antes señalados, por pertenecer al mundo más visible de las apariencias, han sido los más estudiados. Esta influencia extranjera, durante esos años, ha sido fácil de detectar en los ámbitos de la sociabilidad pública, en los gustos artísticos y en la presencia cultural de las nuevas ideas ilustradas y enciclopedistas. Sin embargo, existió una práctica, próxima a las anteriores, pero que al rozar hábitos colindantes con la moral, la relación entre sexos y la vida matrimonial, ha sido más silenciada y ha recibido una interpretación deliberadamente sesgada y superficial. Fue éste un fenómeno singular y nuevo en España, conocido bajo la denominación de cortejo, que cobró relevancia sólo en ciertos medios aristocráticos y en los ambientes burgueses más abiertos, como los existentes en las ciudades de Cádiz y Madrid. En el primer caso por la permeabilidad cultural que le proporcionaba el comercio con otros países europeos, y en el segundo por los usos extranjerizantes difundidos en la vida cortesana.Como consecuencia de su total rechazo por parte de los sectores sociales más conservadores -incluidas las instituciones religiosas- perdura poca documentación que permita un acercamiento a la naturaleza y al papel desempeñado por el cortejo. Sólo resulta reconocible a través de la imagen negativa proyectada sobre él por sus detractores, que buscaron por todos los medios desprestigiarlo y ridiculizarlo. La gran repercusión que tuvo, en la vida cotidiana, puede seguirse gracias a su eco en la prensa y en el teatro, las dos grandes fuentes con las que se contaba, en aquella época, para palpar los asuntos objetos de polémica y debate en la calle. Los artículos periodísticos y, sobre todo, aquellas piezas teatrales, clasificadas como obras menores, los sainetes, se nutrían de las cuestiones públicas que reclamaban mayor atención. Así, al ver la frecuencia con la que representaciones y comentarios acerca del cortejo salen a relucir, surge la sospecha de su alto grado de implantación. Pero todos estos testimonios literarios insisten, una y otra vez, en situarlo en una óptica ceremoniosa y ridícula, en la línea de los simples caprichos femeninos y de los comportamientos masculinos colindantes con la petimetría. Se mostraba así un tipo de relación en el que el artificio de las apariencias formales era el1