Page 90 - Actas Afrancesados y anglófilos
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El esfuerzo realizado en España para fomentar las artes útiles fue tardío e insuficiente, por lo que su importación fue juzgada como una de las causas principales del empobrecimiento de la nación; los más inteligentes se dolieron también de lo magro de las industrias dedicadas a los objetos de consumo: “Las naciones que no tienen esta ventaja natural gritan contra la introducción de cuanto en lo exterior choca a su sencillez y traje, y en lo interior los hace pobres”, decía Cadalso; “esta especie de lujo perjudicará al comercio grande, o sea general; pero nótese que el tal comercio general del día consiste mucho menos en los artículos necesarios que en los superfluos. Por cada fanega de trigo, vara de paño o de lienzo que entra en España, ¡cuánto se vende de cadenas de reloj, vueltas de encaje, palilleros, abanicos, cintas, aguas de olor y otras cosas de esta calidad!”57.La incapacidad para su fomento exageró su desprecio, esgrimiéndose para ello argumentos moralizantes que tildaban de ridículas superfluidades corruptoras de las costumbres a los objetos de uso costosos. Aún así, siempre se reconocieron necesarios: “pero este vicio ha sido en todos los tiempos y naciones, resulta inevitable de la abundancia de riquezas, y de su desmedida distribución: de la distinción de clases, fundada sobre otros principios que los de la virtud; del trato con estrangeros; y en una palabra, de la que se llama cultura y civilización”58. Fuente de riqueza de las naciones dedicadas a la industria y al comercio, empeño de los soberanos y ocupación útil para el pueblo, también su defensa se apoyaba sobre argumentos morales. Hubo alguna sugerencia de recuperar las manufacturas en las que existía una tradición nacional, como vía tanto para la mejora de la economía como para la creación de una imagen de lo español propia y diferenciada que pudiera servir como carta de presentación en Europa: “Indáguese en qué consistía la magnificencia de aquellos ricoshombres. No se avergüencen los españoles de su antigüedad, que por cierto es venerable la de aquel siglo. Dedíquense a hacerla revivir en lo bueno, y remediarán por un medio fácil y loable la exacción de tanto dinero como arrojan cada año”59. Una postura que antecede la estrategia que sirvió, en el siglo XIX, para hacer más atractivos a los productos de la industria: vestirlos con un lenguaje historicista que los identificara con las excelencias estéticas de un país concreto.La yuxtaposición entre lujo y miseria en una misma morada, entre la posesión de caras nimiedades y la carencia de lo verdaderamente necesario, fue subrayada por muchos ilustrados españoles; esta imagen de un país de contrastes permea incluso los textos de autores extranjeros como Rousseau que, exagerando o no, pintó así un derroche que prescindía del confort: « à Madrid, en a des salons superbes, mais point de fenêtres qui ferment, et l’on couche dans des nids à rats »60.Costó en España cultivar la conciencia burguesa del industrial y del comerciante que consideraba el trabajo como fundamento y medida de la riqueza nacional. El menosprecio hacia el trabajo manual se hizo extensivo, aún en el siglo XVIII, a los profesionales que vivían en la órbita del lujo y del ocio: peluqueros, maestros de baile, cantantes de ópera, cocineros... Muchos de los cuales fueron extranjeros, en especial de origen francés.57 José de Cadalso, op. cit. , carta XLI.58 Juan Sempere y Guarinos, Historia del luxo, y de las leyes suntuarias de España, vol. I, Madrid, Imprenta Real, 1788, pág. 10.59 José de Cadalso, op. cit , carta XLI.60 Jean-Jacques Rousseau, Du contrat social ou Principes du droit politique, ed. de Sálvio M. Soares, MetaLibri, 2008, libro III, capítulo IV, pág. 58.14


































































































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