Page 95 - Actas Afrancesados y anglófilos
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Ya adecentadas y puesta la ropa interior, viene la ceremonia del peinado, en el que los peluqueros se tiran media mañana en batir, enrular, freír y empolvar la cabeza.La tarea de embutirse el vestido es prolija con “tantos lazos, hebillas, ballenas, cordones, botones, corbatas, y relojes”. Una vez dispuesto su cuerpo gentil pasan a desayunar. Muchas petimetras eran servidas en el tocador. Allí tomaban el chocolate calentito y los mantecados de Astorga.Después de desayunar, y en medio de este trasiego de visitas, nuestras petimetras se pintaban y adornaban a la última.Ante tanto ceremonial mañanero que exige la vestimenta, los afeites, y la peluquería, si hay un amigo que aguarda a la petimetra y este es de los tradicionales -un español de siete suelas como se le solía llamar a los enemigos de lo francés- se cansa de tanto trasiego y huye del tocador, pero en su deambular por el palacete no es extraño que se cruce con la hija de dicha petimetra. La chica va vestida ya, en tan temprana edad, a la moda francesa, y luciendo a través de movimientos su garbo y destreza en llevar tales atavíos. Ante la perplejidad de nuestro visitante, que por educación se deshace en halagos, la pequeña le explica:Esta forma de andar y menearnos se llama en nosotras manejo marcial: Esto es lo que hace damas y, en fin, es lo que hay que aprender ante las modas. ¿De qué sirve un vestido bueno si no se trata con marcial manejo? El desenfado en ropa y conversación es lo que nos hace bien vistas, pues sin marcialidad una dama es imagen sin movimiento.Y ¿qué es marcialidad señorita? - le pregunta el visitante- Ella responde sin azorarse lo mínimo:Marcialidad es hablar con desenfado, tratar a todos con libertad y desechar los melindres de lo honesto, que eso de tender la ropa hasta el suelo, ocultar los semblantes de la gente con el tapado, exprimir las palabras con el rojo pudor de la vergüenza y no presentarse a todas horas y tiempos en los paseos públicos con cuatro o cinco cortejantes, solo se usaba en nuestras antiguas damas españolas: allá cuando España estaba cerrada a todo comercio extranjero, en tiempo de las golillas.El caballero se queda estupefacto y decide marcharse.Pero si el caballero que está esperando a la dama en estas ceremonias matutinas de vestimenta y afeites, no es tradicional y desea ser su cortejo, no se hastía del trasiego de hebillas, dijes, cinturones, sombreros... sino que muy callado oirá a la petimetra que le recuerda las normas que ha de seguir si quiere convertirse en su más íntimo amigo, es decir su cortejo.Así le asesora la petimetra:Aún cuando yo no esté presente, usted ha de venir por las mañanas a tomar conmigo el chocolate y tal vez a abrocharme la cotilla, lo mismo por las tardes para sacarme a los paseos. De noche gusto de jugar al mediator, o una malilla, usted será mi compañero en estos juego de naipes. Si acaso se le ofrece a usted asistir a otras concurrencias o visitas ha de tener primero mi permiso, y tomarme licencia. Usted ha de indagarme las modas de la corte para vestirme yo a la rigurosa. También es preciso que en mi día estrene siempre una buena bata con todos sus cabos correspondientes. Quiero advertir a usted que el diario obsequio de un palco de temporada en la comedia, no lo puedo dispensar. Peluquero, asalariado, coche y tienda adonde pueda librar las cintas, blondas y demás menudencias precisas a mi adorno, tengo por ocioso el avisarlo... Si por desgracia yo cayese enferma, nadie ha de estar a mi lado para subministrarme medicinas sino usted.2


































































































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